En una época en la que Disney, de la mano de Marvel y Lucasfilm principalmente (pese al discreto arranque de Han Solo), es la gran dominadora de la taquilla mundial, sólo universal parece aguantarle el tipo, en parte gracias a sus dos franquicias estrella: Fast&Furious y Parque Jurásico.
De hecho, se podría decir que la saga que nos ocupa, la de los dinosaurios creados por Spielberg, guarda ciertas similitudes con la saga galáctica que inició George Lucas (paradójicamente, ambos buenos amigos), y el estreno de Jurassic World: el Reino caído así lo parece demostrar (también el frustrado salto de Colin Trevorrow de una a otra, pero eso ya es harina de otro costal). Me explico:
Ortogonalmente, Lucas conformó su saga de Star Wars en forma de trilogía, siendo la película central de la misma la más oscura y seria. Cuando la franquicia pasó a manos de Disney se planificó una nueva trilogía (que culminará en diciembre del año próximo), cuyas dos películas vistas hasta la fecha tienen unas semejanzas tan grandes a la trilogía original que hay quien las define como remakes encubiertos.
En 1993, Steven Spielberg dirigió una de sus películas más taquilleras, Parque Jurásico (de hecho, fue la que superó como número uno a ET, puesto que mantuvo hasta la llegada de Titanic), que terminó por convertirse en trilogía, de nuevo con la primera de las secuelas, de nuevo del propio Spielberg, algo más oscura que las otras dos. En 2015, de nuevo batiendo récords de taquilla, llegó la película que inauguraba una segunda trilogía dentro de la franquicia, Jurassic World, y de nuevo se habló de que volvía a contar lo mismo que la película original, pero con nuevos personajes, y ahora, recién estrenado el film de Bayona, la línea a seguir parece clara: más oscura y con múltiples elementos que recuerdas a su contrapartida original: El mundo perdido.
Desde mi punto de vista, lo perpetrado por Trevorrow y Bayona en esta secuela está más cerca de lo que pretendía J.J. Abrams con El despertar de la Fuerza que del despropósito que para mí fue Los últimos Jedi. Es decir, regresar a un terreno conocido, apelando a la nostalgia, y desde ahí asentar las bases para tomar una nueva dirección de límites insospechados (con todo lo bueno y lo malo que ello posibilita).
Sí, es cierto que argumentalmente esta Jurassic World: el Reino caído puede recordar mucho a El mundo perdido, con ese obligado regreso a la isla (aunque en esta ocasión sí es la original isla de Nublar), más tramas conspiranoides y el traslado de algún dinosaurio a la civilización. Pero eso no implica necesariamente un estancamiento en la saga (de hecho, aquí se permiten destruir la dichosa isla, haciéndolo, además, en el primer tercio de película) sino más bien un retorno a los orígenes literarios de la misma. Si bien el guion parte de una idea del propio Trevorrow, creo que esta es, junto con la primera entrega, la historia más fiel al estilo de Michael Crichton, pudiendo reconocerse en la historia muchos de sus tics habituales, más incluso que en El mundo perdido, que pese a adaptar, supuestamente, la secuela homónima de la novela, terminó difiriendo bastante de la misma.
Pero sin duda el elemento diferenciador de esta película está en la silla del director. J.A. Bayona afronta aquí su primera producción americana y lo hace a lo grande, con un presupuesto desorbitado y con el mejor padrino que un cineasta podría desear. Y aunque está claro que no ha podido permitirse hacer una película de autor ni ser fiel a su ideario cinematográfico (la relación entre madres e hijos que tanto le gusta analizar es aquí una mera excusa para justificar cierta decisión narrativa), sí hay unos cuantos apuntes que reflejan lo gran director que es y el amor incondicional que muestra por el cine, con varias secuencias que son directos homenajes a sus fobias preferidas, mientras que en el resto cumple con brillantez dentro del star-sistem del blockbuster palomitero que al final debe ser esta película. Intuyo por eso que, aun sin haber nada novedoso en el argumento, es su mano la que hace que el elemento de crítica político-social parezca más presente que en otros títulos de la saga y que el terror sea mucho más depurado y angustiante.
Es más, una vez vista, se entiende esas extrañas declaraciones de hace un tiempo según las cuales el motivo por el que en Universal lo consideraron el director ideal para el proyecto fue su película de El horfanato.
Es más, una vez vista, se entiende esas extrañas declaraciones de hace un tiempo según las cuales el motivo por el que en Universal lo consideraron el director ideal para el proyecto fue su película de El horfanato.
Al final, sin abandonar las peripecias por la selva, los enfrentamientos entre dinosaurios, los salvamentos in extremis y los malos malísimos que a la postre terminan siendo peores que los más salvajes depredadores, la película toma una serie de decisiones suficientemente arriesgadas como para conseguir ser la mejor secuela de Parque Jurásico, no llegando a superar a la original (a la que hay que reconocerle muchas carencias, sobre todo en el tratamiento de los personajes protagonistas) por aquello de que la magia, la primera vez que se contempla, impresiona mucho más.
La química entre Chris Pratt y Bryce Dallas Howard, pese a no ampliar el tratamiento de sus personajes con respecto a la anterior película, sigue siendo impecable, la espectacularidad es magistral y el final augura una tercera y ¿definitiva? película que puede ser el no va más de la locura.
Y todo ello adornado por una banda sonora colosal, con un Michael Giacchino que firma uno de sus mejores trabajos en años. Parece que este genial compositor se estaba estancando un poco al verse obligado a adaptar bandas sonoras míticas de otros artistas (casos de Misión Imposible: Protocolo Fantasma, Rogue One o la propia Jurassic World), pero que aquí, aun recurriendo de vez en cuando a las icónicas notas de John Williams, dota al film de su propia personalidad y consigue que grandes escenas como la del Indoraptor en lo alto de la mansión sea casi perfecta.
En resumen, Jurassic World: el Reino caído puede parecer más de lo mismo, pero filmado con un ritmo y una elegancia que la convierten en un espectáculo visual delicioso, que no deja un minuto de respiro y permite avanzar la trama hacia una nueva dirección, alejada, por fin, de islas perdidas en medio del Pacífico. Quizá su única nota negativa (aunque justificable) sea que el peaje de hacer cine familiar obliga a que, pese a verse muchas muertes e incluso desmembramientos, la sangre brilla por su ausencia, dándole una cierta sensación de artificiosidad.
Valoración: Ocho sobre diez.
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