Hace
dos años, ya bajo la batuta de Disney, la franquicia de Star Wars inició una nueva andadura con su Episodio VII: El despertar de la fuerza que provocó discrepancias
entre los fans, pero un impresionante éxito de taquilla. Aunque yo siempre he
defendido que es el episodio de mayor calidad de la saga, sí es cierto que
dejaba un cierto aroma a remake, planteando además preguntas que quedaban luego
en el aire.
Tras
ese disfrutable paréntesis que supuso Rogue One, ha sido Ryan Johnson quien ha sustituido a J.J. Abrams en la silla de
director y ha construido el siguiente peldaño de una historia que debería
concluir definitivamente en el 2019, de nuevo con Abrams al mando. Con el
presumible éxito económico que va a lograr, se esperaba que las aguas de la
polémica volviesen a su cauce y la película, pudiendo gustar más o menos,
contentara a todos a nivel general, pero parece que los enfrentamientos entre
sus defensores y detractores son más feroces si cabe que en aquella ocasión,
recordándome casi a los estrenos del CDEU de Warner, llegando incluso a
producirse una recogida de formas solicitando que quede fuera de la continuidad
canónica.
¿Qué
está pasando con esta película que no debería ser más que un eslabón más de una
cadena firmemente afincada en el imaginarium
popular y con poco hueco para la sorpresa? Pues, sencillamente, que Johnson
-quien por cierto es el primer autor, aparte de George Lucas, al que le
permiten escribir en solitario su propia película- ha disfrazado Los últimos Jedi con una preciosa capa
de estilo y personalidad, con imágenes visuales muy hermosas y de gran poderío,
con las que adorna una trama torpe que, aun aparentando tomar direcciones
novedosas e incluso arriesgadas, no deja de ser una copia conceptual de El Imperio contraataca mezclada con
detalles de El retorno del Jedi,
menos descarado que El despertar de la
Fuerza pero igualmente evidente. El Episodio
VII podría ser casi un remake visual, pero el VIII lo es a nivel argumental.
Sin
entrar en detalles para no caer en spoilers (de eso habrá tiempo en unos días),
diré que Johnson repite los (pocos) errores de Abrams en su film y añade unos
cuantos, de propia cosecha, concibiendo así una película que como espectáculo
de entretenimiento funciona a la perfección pero que deja insatisfecho por el
cauce que toman los acontecimientos. Y no se trata, como critican algunos, de
que se distancie de la mitología clásica. Eso me parece bien, pues ya es hora
de explorar nuevos caminos (como lleva haciendo con acierto desigual Star Trek), pero ignora que, de forma
sutil pero muy interesante, eso es lo que había empezado a hacer ya Abrams y
que él desprecia sin concesiones. No solo Los
últimos Jedi deja de responder alguna de las dudas que dejaba El despertar de la Fuerza (se podría
pensar que Johnson no quería hacerse cargo de los muertos de Abrams y se los
deja para que él mismo se los coma en la siguiente película), sino que
directamente las obvia, cerrando con ello la puerta a futuras interpretaciones.
Y las pocas que sí responde lo hace, a mi entender, mal. Su argumento, obviando
que forma parte de una saga, hace un cambio de rumbo que podría ser muy útil en
esa trilogía nueva que pretende hacer (Disney ya la había confirmado, pero ahora
mismo dudo mucho que confíen tan ciegamente en él), pero no en lo que se supone
el segundo capítulo de algo que otro director había comenzado.
Y lo peor de
todo es que, con la conclusión de la película, el aroma a cierre de ciclo es
tan grande que solo deja dos alternativas a Abrams, crear una historia
prácticamente partiendo de la nada, inventando nuevas subtramas y centrándolo
todo al previsible enfrentamiento definitivo entre Rey y Kylo Ren o copiar la
traicionera jugada de Johnson y continuar su historia renegando de la mayoría
de las cosas narradas en este episodio. En ambos casos, todo un papelón para
J.J.
Los últimos Jedi es, por momentos, una comedia sin gracia con la que
pretender ocultar las gotas de oscuridad que empapaba la brillante El Imperio
contraataca, como si así se pudiese obviar la repetición de las tramas. Hay
chistes de vergüenza ajena que, si bien no ponen a la película a la altura de Thor Ragnarok, poco le falta. Ya dije en
su momento que Los Guardianes de la Galaxia era el Star Wars de esta
generación, y el señor Johnson parece querer darme la razón. Al menos allí el
humor sí funcionaba.
Pero
no todo es negativo en la película, ni mucho menos.
En realidad, Los últimos Jedi es una película muy
entretenida, en la que las dos horas y media de duración pasan en un suspiro,
pese a que alguna de sus subtramas puede resultar indigesta en un segundo
visionado. El problema es que alterna momentos de gran intensidad y emoción
(todo lo relacionado con Luke, Rey y Kylo Ren) con momentos innecesarios. Se
puede disfrutar mucho mientras no se piense demasiado en lo que se está viendo
y hasta se le pueden encontrar lecturas políticas (y hoy en Catalunya es un
buen día para hablar de ello) o religiosas, pero todo ello se empaña con las
historietas de dos grupos de personajes, La Primera orden y la Resistencia, que
parecen empeñados en demostrar quién es más tonto de los dos, pasándose el film
haciendo un montón de cosas que al final no sirve para nada. Sí, hay peleas de
sables laser, descubrimientos sobre los Jedi, momentos para la nostalgia,
persecuciones y bichejos nuevos (hay que vender peluches, no lo olvidéis), y no
puedo negarle a Johnson que la mayoría e las veces usa muy bien la cámara,
consiguiendo planos espectaculares y de gran hermosura (y la última escena de
Luke es el mejor ejemplo). Por ello, pese a todos los fallos y todos los
enfados que la película pueda llegar a provocar, sería injusto suspenderla, ya
que estamos ante todo frente a un producto de entretenimiento y en ello cumple
las expectativas.
Sin
embargo, esto debería ser más, mucho más, y decepciona tanto que al final, pese
a la diversión y la emoción, uno se queda con un regusto amargo.
Tanto
El despertar de la Fuerza como Rogue One, las anteriores películas Star Wars de la era Disney, lograron
emocionarme en algún momento. Los últimos
Jedi no lo ha conseguido. Y eso que tenía las armas.
Decididamente,
Johnson está más interesado en el confrontamiento entre los tres protagonistas
que en todo lo demás, que es simple relleno. Al menos, hay que agradecer que
los tres actores lo den todo y cumplan con brillantes interpretaciones.
Demasiada
poca cosa a la que poderse agarrar los fans, que no dejan de ver más de lo
mismo pero peor.
Valoración:
Seis sobre diez.
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