lunes, 4 de junio de 2018

LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL

Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es una curiosa rareza, una de esas películas de “cine dentro del cine” que funcionan como biopics de una estrella limitándose para ello a mostrar un simple retazo de su historia, un episodio (fatídico en este caso) que resuma su paso el paseo de la fama de la fábrica de sueños.
Lo que hace de esta película una curiosidad es, en primer lugar, que la protagonista no sea una brillante estrella, tal y como se entiende ese concepto en Hollywood. Sí, es cierto que Gloria Grahame había llegado a ganar un Oscar de la Academia, pero hay que ser un cinéfilo de esos sesudos para recordar su nombre. No estamos ante casos tan relevantes como podían ser otros biopics episódicos que me vienen a la mente, como Mi semana con Marilyn o Hitchcock.
Además, la decisión tomada por Paul McGuigan (otra elección curiosa, teniendo en cuenta que su más reconocible film es esa revisión fallida sobre la figura de Victor Frankenstein), ya puestos a centrar la historia en el ocaso de la actriz, no ha sido la de hacer una simple reflexión sobre la mella que el olvido al que una industria despiadada y adoradora de la carne joven puede ejercer sobre una estrella extinta, sino que se centra más en la peculiar historia de amor que la veterana actriz (interpretada con maravillosa maestría por Annette Bening) con un aspirante a actor mucho más joven que ella, Peter Turner (al que da vida un inspirado Jamie Bell. Es alrededor de esa relación, y con un Liverpool gris y lluvioso como telón de fondo, en las antípodas del Hollywood dorado, que McGuigan construye su película, y si bien hay decisiones argumentales de dudoso rigor (hay quien describe a Turner como un oportunista que solo quería aprovecharse de la agotada fama de la Grahame), la puesta en escena es tan bella (baste con recordar los recursos narrativos empleados por McGuigan para los saltos temporales, y la dulzura de la historia es tan tierna sin llegar a empalagar que poco importa que carezca de la acidez y mala leche que una historia así podría merecer.
Además, Benning compone uno de los mejores trabajos de su carrera, injustamente olvidada en los pasados Oscar, y la química que demuestra con Bell es impresionante. Entre ambos dan forma a una historia que refleja con sencillez las dos caras de la moneda del trabajo de ser actor y los sacrificios que merecen hacerse por amor, sin importar cosas tan banales como la diferencia de edad o el qué dirán de los burladeros de Hollywood.
No es la mejor película inspirada en esa era dorada del cine, pero con un presupuesto muy ajustado y un gran trabajo de todos sus participantes, la película logra ser una hermosa estampa que, sin llegar a honrar completamente la figura de Grahame, al menos la rescata del olvido y le rinde un tributo que, con el rostro de Annette Benning, es más que merecido.

Valoración: Siete sobre diez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario