domingo, 1 de julio de 2018

A LA DERIVA

A la deriva es la nueva película de Baltasar Kormákur, un director que empezó con bastante buen pie en el mundo del cine pero que ha ido perdiendo fuelle conforme va creciendo su filmografía. Ya en su anterior trabajo, Everest, demostró que tenía mayor capacidad visual que narrativa, y algo similar le sucede con este drama basado en hechos reales que, producido por la propia Shailene Woodley, parece más un vehículo de lucimiento para la propia actriz que otra cosa. La Woodley fue otra que entró en Hollywood con fuerza, gracias a su aportación a la película Los Descendientes, en la que conseguía hacer sombra al mismísimo George Clooney, pero tras ser apeada de The Amazing Spider-man y tratar de ser la nueva Jennifer Lawrence mediante la saga Divergente cuyo final jamás veremos en pantalla, su estrella parece haberse eclipsado antes de tiempo.
A la deriva se parece demasiado a ese otro relato de amor y supervivencia que protagonizaron hace apenas un año Idris Elba y Kate Winslet, La montaña entre nosotros, y al final resulta igual de cansina y aburrida que aquella, aunque aquí, por lo menos, no pierde más tiempo del necesario en un epílogo totalmente irrelevante.
El gran problema de una parte del cine actual es la falta de ideas originales, lo que lleva a los productores a hurgar en hemerotecas de periódicos en busca de historias de “héroes” reales que merezcan ser llevados a la gran pantalla. Pero una historia digna de ocupar una primera página en un periódico local no siempre es merecedora de una película de cine, y mientras se nos pueden ocurrir cientos de ejemplos de personas anónimas cuya historia queda muy bien en pantalla grande (el soldado pacifista al que da forma Mel Gibson en la magnífica Hasta el último hombre, el grupo de bomberos de Héroes en el infierno...), otras no pasan de ser carne de telefilm, por mucho que Kormákur se esfuerce en planos muy bonitos del océano.
A la deriva cuenta la historia de Tami y Richard, una pareja del almas libres (que es una forma bonita de llamar a los vagos) que se conocen, se enamoran y se embarcan para levar una embarcación de Hawai a San Diego, sufriendo por el camino los efectos de un terrible huracán. Al final, todo se resumen en la Woodley ejerciendo de superviviente con el insulso Sam Claflin malherido a su lado (es decir, lo mismo que en Una montaña entre nosotros pero con los roles intercambiados), viendo cómo la joven se las apaña a la deriva (revelador título), nada muy diferente de lo que ya hayamos visto hacer a Robert Redford o François Cluzet en Cuando todo está perdido o En solitario.
Quizá el principal problema que tenga con la película es que no encuentro ningún motivo para empatizar con la protagonista, a la que entiendo como una niñata egoista que abandona a su madre para vivir su vida alegremente sin contar con las consecuencias de sus actos, por lo que no sufro en ningún momento por su destino (en otras palabras, que me importa un pepino lo que le ocurra), O puede que se deba a que, al estar sobre aviso de que es una historia real, uno ya puede intuir por donde van a ir los tiros en la resolución. O a lo mejor se deba tan solo a la falta de carisma de Shallene Woodley. Como sea, la película me resultó aburrida, irrelevante y cansina, y ni siquiera el pretendidamente sorprendente giro final justifica la historia, un giro que si bien justifica el aparente ridículo de cierta escena obliga a arrastrar con ello hasta la conclusión final.
En fin, dramatismo del montón, mucha piscina y mucho croma para una historia mil veces vista cuyo envoltorio luce más que su contenido.

Valoración: Cuatro sobre diez.

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