Secuela (aunque a la vez precuela) de la exitosa Mamma mia! de 2008, poco podría decirse sobre Mamma mia! Una y otra vez que pudiera sorprender. Calificativos como: “más de lo mismo”, “solo para fans de la primera película” o “secuela innecesaria” son los que más se van a repetir en las críticas que podáis leer sobre este film de Ol Parker y con las que no puedo estar más en desacuerdo.
Sí, efectivamente, Mamma mia! Una y otra vez es un film continuísta, que apuesta por repetir los esquemas de su predecesora y que no arriesga en absoluto. Incluso muchas de las canciones de Abba que suenan aquí estaban ya presentes en la anterior película. De manera que quien amase (y me consta que hay gente que lo hizo) al título que Meryl Streep protagonizó hace diez años disfrutará mucho al recuperar a esos personajes reunidos en una preciosa isla griega y conocer su pasado. Mientras que aquellos que odien los musicales per se también odiarán esta propuesta.
Sin embargo, yo me encuentro en un extremo que no se corresponde con ninguno de los dos mencionados. Me gustan los musicales. Los buenos musicales, debería añadir. Y Mamma mia!, bajo mi punto de vista, no lo era. Sí, es cierto que las canciones de Abba contagian alegría y que el colorido y los excesos visuales que decoraban la isla de Kalokairi convertían la experiencia en un viaje a un mundo de positividad y buen rollo. Sin embargo, no es menos cierto que el trabajo tras las cámaras de Phyllidia Lloyd era un verdadero despropósito. En sus manos, una de las mejores actrices que ha habido jamás como es Meryl Streep estaba horrorosa, pasándose la película haciendo muecas y reflejando su desconcierto ante la total ausencia de una dirección de actores como debería ser. Y algo parecido sucedía con los tres galanes del film, unos Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgård que no parecen creerse nunca a sus personajes y que desde luego no se los llegan a tomar en serio. Solo la esforzada Amanda Seyfried parecía jugarse algo con la película, no en vano fue su primer gran trabajo en Hollywood. Y eso por no hablar de las coreografías, los momentos de humor absurdo y el tono caricaturesco de todo el film.
En la secuela, el cambio en la silla de director ha sido muy positivo y Ol Parker consigue darle el tono adecuado, sabiendo navegar con eficacia (y eso no siempre es fácil) entre las dos líneas temporales y consiguiendo que la historia, dentro de su sencillez, tenga más enjundia que en la primera película. Aquella fue escrita por Catherine Johnson, ahora el propio Parker (autor de los libretos, entre otros, de El exótico hotel Marigold y su secuela) se encarga de firmar el guion, ayudado en el argumento por Richard Curtis, cuya mano se aprecia claramente (pocos hay que sepan dominar el arte de las comedias románticas mejor que él).
En sus manos, los actores demuestran que se lo pasaron muy bien en el rodaje (que no es lo mismo que no tomárselo en serio) y logran contagiar esa sensación de gran fiesta que en realidad es la película, con esa aparición/cameo de Cher como la gran diva y esa mezcla generacional de los títulos de crédito que obligan, sí o sí, a salir de la sala con una sonrisa en los labios.
Se le pueden poner pegas, por supuesto, como su falta de ambición, las limitaciones de algunos de los actores que representan las versiones jóvenes de los tres presuntos padres o la simpleza el guion, pero todo queda compensado por el gran trabajo de Lily James (¿de verdad alguien se puede creer que Meryl Streep de joven se pareciese a ella?), una estrella en ciernes que se entrega a la causa derrochando simpatía y talento y consiguiendo (como casi todo el reparto juvenil) mimetizar los tics y gestos de sus contrapartidas adultas.
En resumen, esta película me parece todo lo que Mamma mia! prometía ser y no conseguía. Es una apuesta sencilla y sin más pretensiones que la de contagiar buen rollo y alegría, con coreografías bien diseñadas y la absurda locura que emana de las propias canciones de Abba.
Porque a mi sí me gustan los musicales. Estos musicales.
Valoración: siete sobre diez.
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