domingo, 1 de julio de 2018

¡QUÉ GUAPA SOY!

Amy Schumer es una popular comediante estadounidense cuyos mayores éxitos los ha disfrutado en la pequeña pantalla, por lo que no ha llegado a conseguir un renombre fuera de sus fronteras. Es por ello que las películas que ha protagonizado hasta ahora no han llegado a ser grandes éxitos, pese a que algunas como la insuficiente Y de repente tú o su unión con Goldie Hawk en Descontroladas no han triunfado en taquilla en nuestro país.
¡Qué guapa soy! es el nuevo intento por convertir a esta chica, alejada de los estereotipos sexistas de Hollywood, en la reina de la comedia, emulando (aparentemente) el cine cafre y de sal gruesa de Adam Sandler y compañía, burlándose precisamente de esos estereotipos que imponen que las actrices deban ser impresionantemente atractivas y de cuerpos esculturales.
¡Qué guapa soy! recuerda inevitablemente a aquella otra comedia con Jack Black y Gwyneth Paltrow, Amor ciego, en la que un hombre extremadamente superficial era hipnotizado y se enamoraba de una chica obesa a la que, gracias a su belleza interior, veía como un pibonazo. ¡Qué guapa soy! da la vuelta a la tortilla y expone el punto de vista contrario. Esta vez es la chica obesa y poco agraciada la que, debido a un accidente, se ve a sí misma como a una mujer espectacular, logrando así sacar a relucir su verdadera personalidad y atreviéndose a enfrentarse a retos que sus complejos le impedían acometer.
El principal acierto de esta película escrita y dirigida por Abby kohn y Marc Silverstein, es conseguir aunar con gracia y buen gusto el humor zafio que este tipo de historieta gamberra requiere con el simplismo de una comedia blanca y con moralina incluida, de manera que resulte divertida y reflexiva sin necesidad en acentuar los inevitables momentos de escatología barata habituales.
No es una obra maestra ni aspira a cambiar la percepción del mundo hacia las mujeres menos agraciadas, desde luego, y ni siquiera la burla que hace del mundo de la publicidad (el mejor ejemplo de dónde se impone la estética hasta límites exagerados) es lo suficientemente sangrante como para herir susceptibilidades (de hecho, podría no pasar de ser una versión cinematográfica de un anuncio de Dove), pero tanto Schumer consigue un trabajo capaz de conmover como las secundarias que adornan la función cumplen a la perfección su cometido, desde una irreconocible y divertidísima Michelle Williams hasta la irónica (e incluso contradictoria) presencia de Emily Ratajkowski, posiblemente una de las embajadoras de todo lo que aquí es objeto de burla gracias a sus “contribuciones” en Instagram.
Así, ¡Qué guapa soy! se queda a medio camino de la denuncia social a la que podría aspirar, pero funciona como divertimento, situándose incluso un puntito por encima de lo que las expectativas invitaban.

Valoración: Seis sobre diez.

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