Nos encontramos ante una nueva tontería de esta especie de subgénero que ha
aparecido durante la última década que se ha dado en llamar cine YA (young adult), es decir, películas para
adolescentes centradas en un futuro distópico con un héroe (o preferentemente
heroína) dispuesto a salvar el mundo de una sociedad corrupta y capaz de tener
una apasionada historia de amor, mejor con triángulo incluido, en sus tiempos
libres, normalmente basándose en una saga de novelas que salvo excepciones está
perpetrada por alguna ama de casa que no tiene ni pajolera idea de escribir y
se limitan en plasmar en papel sus fantasías lujuriosas y épicas con las que
huir de su decepcionante vida rutinaria.
Desde que terminaran las sagas de Harry
Potter y Crepúsculo, dos polos
opuestos pero megataquilleros de esta corriente, Hollywood se ha dedicado a
adaptar indiscriminadamente toda novelucha juvenil que caía entre sus manos en
busca de una nueva gallina de los huevos de oro, con estrepitosos fracasos
(algunos previsibles, como Hermosas
criaturas, otros más inesperados, como Los
juegos de Ender), con la gran excepción de la digna Los juegos del hambre, la única que tiene garantizada la conclusión
de la saga (a medio camino se encuentran cosas que ni triunfaron ni tampoco
molestaron mucho como las colecciones de futuro incierto de Narnia y Percy Jackson).
En este panorama aparece Divergente,
primer título de una trilogía ¿literaria? que no pienso leer y que por arte de
magia se convertirá en tetralogía en el cine, con la heroína encarnada por
Jennifer Lawrence como máximo referente.
Como no puede ser de otra manera en estos derroches de creatividad nos
encontramos ante una sociedad de postguerra (una vez más nos quedamos con las
ganas de ver esa guerra) en la que la sociedad ha quedado dividida en secciones
(aquí son facciones como en otras sagas eran distritos o incluso casas). Aunque
es el ADN de cada uno lo que revela a que sección pertenece cada uno, ya que
estas se rigen por un rasgo de carácter distintivo, existe la posibilidad de
que uno elija su propio destino, eso sí, sin opción a recular jamás. El
problema vendrá cuando la protagonista descubra que su ADN la define como
Divergente, lo que significa que posee
algo de cada una de las facciones y es por lo tanto superior a sus compañeros.
Como eso está muy mal visto se decanta por hacerse de Osadía, para decepción de
sus padres, que son de Abnegación. A partir de aquí la historia se transforma
en una especie de academia militar absurda y violenta con unos tintes fascistas
que ríete tú de Ender, hasta que la protagonista Tris, que empieza como un
patito feo y termina como reina del cotarro, descubra que hay una trama
conspiratoria en las altas esferas y que va a haber una especie de golpe de
estado perpetrado por Jeanine (una embarazada Kate Winslet que confirma con su
participación en esta peli que los Oscars no bastan para llenar los bolsillos),
que por cierto es lo más parecido a la cabeza de gobierno de una sociedad que no
termino de entender, por lo cual sus motivaciones son poco menos que absurdas.
Entre tanto tópico y giros de guion que no sorprenden a nadie no pueden
faltar los grupitos de amigos que apenas conocerse se defenderán hasta la
muerte, las traiciones ¿inesperadas?, el romance y, por supuesto, el drama
familiar. Y es que esta Tris es tan gafe que a su lado Peter Parker es sinónimo
de la buena suerte.
Poniendo jeta a la prota está la insípida Shailene Wodley(la que fuera hija
de George Clooney en Los descendientes
y estuviera a punto de ser la MJ de The
amazing Spiderman 2 hasta que los fans se enteraron y amenazaron con quemar
Marvel hasta los cimientos), y que no tiene ni la calidad, ni el físico ni el
carisma de la Lawrence, a la que acompaña algún rostro conocido como Maggie Q,
vista en la televisiva SHIELD y Jai
Courtney, uno de los culpables de que La
jungla: un buen día para morir sea tan mala, aparte de la mencionada
Winslet, rostro de prestigio obligado en este tipo de producciones y que aporta
algo de caché junto a la desaparecida Ashley Judd. Mención aparte se merece el
insoportable Miles Teller, un niñato acostumbrado a las comedias estúpidas tipo
Noche de marcha y al que pretenden
convertir en el nuevo Mr. Fantástico (!!).
No voy a negar que el director, Neil Burger, ha sabido dotar a la película
de algunas secuencias de acción realmente trepidantes, pero se enfrenta a un
guion tan flojo y colmado de sinsentidos que no puede evitar que a la postre
las dos horas y veinte minutos de duración resultan interminables y me inviten
a definir la película como de aburrida.
O a lo mejor, claro está, es que no la entendí...
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