Resulta
cuanto menos curioso de que los dieciséis estrenos que hubo el pasado fin de
semana fuese precisamente el de mayor calidad el que no tuve que ir a ver al
cine. Y es que aparte de lo espantosamente mal que se ha estrenado en España (y
ya empieza a aburrir el tema) resulta que el mismo viernes del estreno se
realizó un pase televisivo por Canal +. Y luego se quejarán de que la gente va
poco al cine…
El
caso es que Snowpiercer (o Rompenieves, que es como se ha llamado
por aquí, que para una vez que traducen un título literalmente me parece hasta
raro y todo) es una brillante película de Joon-ho Bong, un director de cine
norcoreano que, sin abandonar totalmente la identidad de la cinematografía
clásica de su país, denota una clara admiración por el cine americano (como
sería también el caso del francés Luc Besson), como demostró ya con su anterior
y exitosa The Host.
Rodada
prácticamente en inglés y con un reparto lleno de caras conocidas del cine más
comercial estadounidense (lo que hace más inexplicable su mala distribución), Rompenieves es una fábula futurista en
la que mundo se encuentra congelado y los únicos supervivientes son los
afortunados pasajeros de un tren autosuficiente que circula constantemente por
un recorrido alrededor del mundo.
Este
planteamiento de ciencia ficción que adapta un comic de Jacques Lob, Benjamin
Legrand y Jean-Marc Rochette no es más que una mera excusa para realizar una
metáfora sobre las diferencias sociales y la situación política y social del
mundo globalizado en el que vivimos. Lejos de plantear una obra sesuda y
meditabunda que invite a la reflexión calmada y dejando un final abierto libre
de interpretaciones, Joon-ho Bong prefiere ser contundente y no andarse por las
ramas. El mensaje es tan claro como evidente y no hay sutilezas que valgan para
ver los bruscos cambios en el estilo de vida entre la clase alta y la baja.
Como
ya no hay norte ni sur, arriba ni abajo, la pobreza se sitúa en esta ocasión en
los vagones de cola, donde un atajo de harapientos y muertos de hambre malviven
de la “caridad” de los de delante en unas condiciones paupérrimas que les
invitan a tratar de rebelarse con la esperanza de alcanzar la máquina del tren –donde
se encuentra el constructor del mismo, Wilfort, al que se reverencia como a una
deidad- por más que en los diecisiete años que han transcurrido desde la
congelación global ya han habido tres rebeliones que culminaron en fracaso.
La
diferencia es que esta vez Gilliam, el anciano líder de los vagones de detrás,
tiene puestas muchas esperanzas en el joven y determinado Curtis.
Chris
Evans, todo un experto en esto de adaptar comics, se pone en la piel de Curtis,
consiguiendo una de sus mejores interpretaciones, alejadas del elegante heroísmo
Marvel y con unos destellos dramáticos muy convincentes, estando brillantemente
secundado por John Hurt (al que siempre se recordará por Alien aunque su filmografía es tan extensa como brillante), Jamie
Bell (inolvidable Billy Elliott que
en breve repetirá en esto de las adaptaciones con la polémica Los 4 Fantásticos), Tilda Swinton (la
bruja de Narnia recientemente vista en Gran
Hotel Budapest) y, inteligentemente elegido, Ed Harris, en el papel de
Wilfort, en un divertido paralelismo con el personaje de gran controlador que
ya recreara en El show de Truman,
aparte de dos fijos en la carrera del director como son Kang-ho Song y Ah-sung
Ko.
Como
si se tratase de un videojuego, cada puerta de vagón conduce a un mundo
diferente, a un paso más hacia la gloria para este pueblo oprimido que sólo
esperan escapar de la dictadura de un poder que los está asfixiando.
Visualmente
impecable, Snowpiercer es dura,
violenta y despiadada, con mucha amargura pero un humor irónico y doloroso
cuando conviene (tomen como ejemplo la escena del colegio), con vagones
imposibles de dimensiones variables según la opresión que pretendan demostrar y
con un solo punto débil, como son las hermosas pero evidentemente digitalizadas
imágenes exteriores, paisajes blancos e infinitos donde la mano del ordenador
se nota demasiado. Y es que aunque estemos ante la película más cara de la
historia de Corea del Norte, cuarenta millones de presupuesto es una nimiedad
si se busca un resultado visual al estilo hollywoodiense.
Con
todo, Snowpiercer es una gran
película que merece la pena disfrutarse pese a la incomodidad de su mensaje y
cuyo final dejará a más de uno desencajado.
Otra
gran obra que el espectador de cine en España se va a perder por culpa de los de siempre…
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