Nos
vendían Maléfica como una precuela
oscura y perversa de La Bella Durmiente,
con la acción centrada en el punto de vista de la malvada de la historia. Sin embargo,
enseguida vemos que ni la protagonista es tan malvada ni la historia es tan
oscura. De hecho, ni siquiera es realmente una precuela de La Bella Durmiente, ya que se relata el cuento tradicional de
principio a fin, dedicando sólo unos minutos a describir la infancia de
Maléfica.
La
última propuesta de Disney es un cuento de hadas con todas las de la ley, ingenuo
y excesivamente infantil. Y no voy a decir que eso sea malo, líbreme Dios, pero
cierto es que con la corriente abrumadora que hay de películas basadas en
cuentos, cabría esperar algo de innovación, pero nada distancia esta Maléfica de la Blancanieves y la leyenda del Cazador o Jack el cazagigantes. Más de lo mismo en un panorama que amenaza
con no cambiar (pronto llegará la Cenicienta
de Kenneth Branagh)y seguir atormentándonos con la escases de ideas de los
guionistas de Hollywood que para colmo de males se complementan con directores
de escasa personalidad y que una vez más (y ya van demasiadas) se inspiran
demasiado en la visión de la Tierra Media de Peter Jackson y su forma de
describir las batallas y los seres concebidos por Tolkien (solo tienen que
fijarse en los árboles guerreros que protegen las Ciénagas o la armadura del
rey Stefan en el tramo final de la película). Hasta el dragón parece un hermano
pequeño del de El Hobbit: la desolación
de Smaug.
Aceptando
estas premisas y el hecho de que el elemento más fantástico y colorista
proviene directamente de las influencias de Avatar
y sus miles de imitadores, lo mejor es dejarse llevar por la historia y tratar
de sentirse niño de nuevo, recordando la deliciosa película de Disney de 1959 y
descubriendo ahora lo que no nos habían contado, la “otra verdad” oculta que no
nos habían permitido conocer hasta ahora (¿hay, acaso, una metáfora sobre la
política actual al ser el rey –y por extensión, el gobierno- sinónimo de
corrupción y maldad?).
Puestos
en estas, la historia funciona, fluyendo con la suavidad de un riachuelo, sin
demasiados sobresaltos ni sorpresas de guion pero con una simpatía y ternura que
se disfruta, por más que se eche en falta la prometida oscuridad que ni está ni
se la espera (aunque después de la Alicia
de Burton ya deberíamos estar escarmentados).
El
mensaje naturalista sí está claro. Maléfica vive en las ciénagas junto a
animares fantásticos y hadas menores y se dedica a curar ramas rotas y jugar
con sapos/duendes hasta que un humano irrumpe en su paraíso y no sólo le
muestra la corrupción que se acumula en su corazón sino que se la contagia a
ella misma. La traición y el desengaño amoroso la transforman en un calco de
aquello que odia y su reinado se convierte en un simple reflejo de lo que es el
propio mundo de los humanos. Pero entonces aparece Aurora (sí, la Bella
Durmiente, no me había olvidado de ella), con un corazón puro y sincero (quizá
debido a haberse criado lejos de su padre), y parece que aun haya esperanza
para todos.
Con
un abuso extraordinario de efectos digitales que en ocasiones impiden disfrutar
de las interpretaciones y una sencillez narrativa algo descarada (el único
cambio de rumbo se da muy pronto y de adivina antes aún), otro elemento que se
copia de otras películas es el uso de una gran dama del cine para personificar
a la maldad. Si en las películas clásicas de Disney se presentaba a la heroína
como muy cándida y hermosa, las tendencias actuales hacen que se vean con
mejores ojos a las pérfidas brujas de antaño, hermosas en su frialdad e incluso
accidentalmente eróticas. De ahí que se haya puesto de moda que actrices
Oscarizadas representen la cara oscura de los cuentos con una elegancia y
glamor destinado solo a unas pocas: Julia Roberts, Charlize Theron, Cate
Blanchett (en breve) y, ahora, Angelina Jolie.
Y
lo cierto es que la Jolie, retirada desde hace un par de años de la
interpretación, regresa por la puerta grande, como la gran dama de la escena
que eclipsa todo lo que hay a su alrededor, ya sea real o digital. Situaciones
que podrían resultar ridículas o, al menos, poco inspiradas, las salva ella con
una simple mirada o una mueca de su boca.
Acostumbrados
a contemplar a la señora de Brad Pitt en intensos dramas como su papelazo en El intercambio, impresiona que se tome
tan en serio una película en la que debió actuar más sola que la una y rodeada
de pantallas verdes o azules, una de las cosas que más desconcierta a un
artista. Por eso su interpretación me parece doblemente meritoria. Por eso y
porque, aun sin ser santo de mi devoción, en esta ocasión está especialmente
hermosa, con una mirada que seduce e hiela la sangre por igual y de la que se
abusa en exceso, quizá sabedor el director (un debutante, Robert Stromberg) de
que esas dos perlas azules (que aquí por la magia del maquillaje y las
microlentillas pintadas a mano lucen irreales y mágicas) son su mejor baza inunda
el metraje de planos en los que esos ojos son los protagonistas, descuidando
otras opciones como la de tratar de sorprender con la primera aparición de
Maléfica con alas o incluso la transformación de su sirviente en dragón, poco
lucida y espectacular.
Y
es que, al final, Disney no parece haber querido hacer una película sobre la
Bella Durmiente. Ni siquiera sobre Maléfica. Esto es, en realidad, un tributo a
Angelina Jolie, y la mejor demostración la tenemos en los planos casi idénticos
que abren y cierran su participación en el film, alzándose sobre el cielo con
aspecto de deidad.
Y
eso motiva también que una película que merecería ser valorada con un seis
escale hasta el siete.
Maléfica es, al final, Angelina Jolie y un montón de cosas
creadas por ordenador a su alrededor. Y eso no está nada mal. Entretiene y se
disfruta. Emociona y hace reír. Y lucha por no contradecir (demasiado) a la
versión animada. Pero yo quería más. Yo esperaba más.
Pero
quizá la culpa sea mía por no ser ya un niño…
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