Esto va a ser rápido: sólo hay tres argumentos que puedan justificar el
visionado de esta película. La gracia que pueda hacernos las peripecias del
perrete protagonista, la química sexual entre Iván Massagué y Patricia Conde y
la pareja cómica que conforman Alex O'Dogherty y Secun de la Rosa.
Respecto a lo primero, baste decir que el bicho en cuestión carece de la
gracia suficiente como para sostener el peso de la película, más cuando los
supuestos golpes de humor no provienen de sus aptitudes o la de sus
adiestradores, sino de unos supuestos efectos digitales que es una manera
exageradamente generosa de definir los movimientos de una pata de peluche que
con pegarle algo en la punta (un cuchillo, un remo, un volante...) pretenden
ilusamente hacernos creer que el can es un prodigio como cocinero, surfista o
lo que convenga.
Dos. La química sexual entre los protagonistas es inexistente. Patricia
Conde es una chica mona que daba el pego como rubia tonta de piernas infinitas
en programas de televisión acompañada de otras féminas de talento tan reducido
como sus faldas, pero como actriz es simplemente espantosa. Aunque no es ella
la única culpable, sino quien la dirige, pretendiendo hacerla creíble en un
ambiguo papel regado de momentos de pijería descelebrada pese a que se supone
es una gran abogada. Sobre Massagué, poco que decir. Posiblemente lo dé todo,
pero sus limitaciones resultan evidentes para todo el mundo excepto quien lo
propuso como protagonista de una película.
Finalmente, donde se encuentra algo que rascar, aunque tampoco mucho, es en
el dúo dinámico que firman O'Dogherty y de la Rosa, una suerte de Hernández y
Fernández mafiosos que se llevan los mejores gags de la película sin que ello
sea demasiado complicado.
Como no me desagradó la anterior película de Tom Fernández, ¿Para
qué sirve un oso?, y era muy fan de 7
vidas, esperaba algo más de esta patochada, un absurdo estiramiento de
aquel divertido anuncio de La Primitiva cuyo interés termina al finalizar los
títulos de crédito iniciales, una especie de presentación animada de la
situación de Pancho, único momento en el que uno se puede creer que ahí haya
trabajado un guionista de verdad. A partir de entonces arranca una versión
canina de Niño Rico con un villano arquetípico
que quiere capturar al chucho a toda costa, un animalico perdido en la gran
ciudad y un intento sensiblero de moralina final en un despropósito de película
cuyo abuso de actores televisivos de medio pelo ya invitan a huir de ella (por
ahí pasan, nunca mejor dicho, Miki Nadal, David Fernández o Cesar Sarachu,
entre otros) a no ser que nos interese un ejercicio de prostitución realizadora
en una supuesta comedia estúpidamente infantil con apenas un par de situaciones
propias del cartoon y un par de diálogos que provoquen una mínima sonrisa.
Sencillamente insultante.
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