miércoles, 11 de junio de 2014

PANCHO, EL PERRO MILLONARIO (3d10)

Esto va a ser rápido: sólo hay tres argumentos que puedan justificar el visionado de esta película. La gracia que pueda hacernos las peripecias del perrete protagonista, la química sexual entre Iván Massagué y Patricia Conde y la pareja cómica que conforman Alex O'Dogherty y Secun de la Rosa.
Respecto a lo primero, baste decir que el bicho en cuestión carece de la gracia suficiente como para sostener el peso de la película, más cuando los supuestos golpes de humor no provienen de sus aptitudes o la de sus adiestradores, sino de unos supuestos efectos digitales que es una manera exageradamente generosa de definir los movimientos de una pata de peluche que con pegarle algo en la punta (un cuchillo, un remo, un volante...) pretenden ilusamente hacernos creer que el can es un prodigio como cocinero, surfista o lo que convenga.
Dos. La química sexual entre los protagonistas es inexistente. Patricia Conde es una chica mona que daba el pego como rubia tonta de piernas infinitas en programas de televisión acompañada de otras féminas de talento tan reducido como sus faldas, pero como actriz es simplemente espantosa. Aunque no es ella la única culpable, sino quien la dirige, pretendiendo hacerla creíble en un ambiguo papel regado de momentos de pijería descelebrada pese a que se supone es una gran abogada. Sobre Massagué, poco que decir. Posiblemente lo dé todo, pero sus limitaciones resultan evidentes para todo el mundo excepto quien lo propuso como protagonista de una película.
Finalmente, donde se encuentra algo que rascar, aunque tampoco mucho, es en el dúo dinámico que firman O'Dogherty y de la Rosa, una suerte de Hernández y Fernández mafiosos que se llevan los mejores gags de la película sin que ello sea demasiado complicado.
Como no me desagradó la anterior película de Tom Fernández,  ¿Para qué sirve un oso?, y era muy fan de 7 vidas, esperaba algo más de esta patochada, un absurdo estiramiento de aquel divertido anuncio de La Primitiva cuyo interés termina al finalizar los títulos de crédito iniciales, una especie de presentación animada de la situación de Pancho, único momento en el que uno se puede creer que ahí haya trabajado un guionista de verdad. A partir de entonces arranca una versión canina de Niño Rico con un villano arquetípico que quiere capturar al chucho a toda costa, un animalico perdido en la gran ciudad y un intento sensiblero de moralina final en un despropósito de película cuyo abuso de actores televisivos de medio pelo ya invitan a huir de ella (por ahí pasan, nunca mejor dicho, Miki Nadal, David Fernández o Cesar Sarachu, entre otros) a no ser que nos interese un ejercicio de prostitución realizadora en una supuesta comedia estúpidamente infantil con apenas un par de situaciones propias del cartoon y un par de diálogos que provoquen una mínima sonrisa.

Sencillamente insultante.

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