martes, 24 de junio de 2014

TRANSCENDENCE (4d10)

Que soy de los que opinan que Christopher Nolan es un director sobrevalorado no debería ser ninguna novedad para los que me conocen. Es un tipo que adorna muy bien unas producciones disfrazadas de trascendencia y dramatismo que ocultan muy bien sus muchas carencias. Y si lo hace con un reparto espectacular, mejor que mejor.

Lo malo del tipo este es que cuando no dirige se debe aburrir mucho, así que se dedica en meter mano en películas de otros y, disfrazado de productor, reconduce tonterías como El hombre de Acero o el título que nos ocupa ahora.
Dirigida por su amigo (y director de fotografía habitual)  Wally Pfister, se denotan en Transcendence todos los tics del amigo Nolan, con la salvedad de que el tal Pfister es aún peor director y como no le da el tipo para ser director y director de fotografía a la vez se pierde en su ópera prima lo que debería ser su mayor virtud, la belleza de las imágenes.
Pero en el fondo, Transcendence no es una película de gran impacto visual. Ni siquiera es una película de actores, por más que presente un rico (y desaprovechado) elenco de estrellas donde (y no os dejéis engañar) el protagonismo cae casi exclusivamente en la figura de Rebeca Hall. Transcendence es, sobre todo, una película de guion. Una historia de las que invitan a pensar, a reflexionar sobre si lo que estamos haciendo con nuestras vidas y si nuestra sociedad va por buen camino o nos estamos volviendo todos locos, con un toque de tecnocrítica y tratando de sorprendernos y desconcertarnos en cada giro de guion. Invitan, he dicho. Porque a la hora de la verdad, el guion termina siendo lo peor del invento, con situaciones que no hay por donde cogerlas y un desarrollo que (y perdonen si no están de acuerdo, posiblemente se deba todo a que soy demasiado tonto para esta película) no se entiende nada.

Y eso es así. La película no se entiende. No es ya que contenga una ambigüedad pretendida como sucediera con Origen, del propio Nolan, o que juegue a dobles cartas en una fumada mental como la que perpetro hace poco Denis Villeneuve en Enemy. Se trata más bien de que Pfister quiere explicar algo muy complejo y sesudo y lo explica mal.
Intentaré contar algo del argumento: Will y Evelyn son una pareja muy enamorada que se dedican a hacer cosas con ordenadores (quieren crear una inteligencia global, o algo así). El caso es que sufren un atentado de un grupo radical antitecnócrata (que matan gente pero luego resulta que son los buenos) que disparan a Will con una bala envenenada que no lo mata al momento pero si lo va consumiendo poco a poco. En sus últimos días de vida Evelyn decide traspasar su conciencia al sistema operativo en el que estaban trabajando, consiguiendo no sólo mantener con vida la mente de su amado sino convertirlo en una especie de dios.
Hasta ahí, todo más o menos correcto. Luego es cuando se les empieza a ir la pinza con una serie de poderes del Will digital este que parecen sacado de un comic de superhéroes de los noventa (para el profano le diré que en los noventa hubo una de las peores crisis creativas de la historia del comic) y es donde yo ya no logro entender nada, con lo cual me importa un churro la resolución a la que lleguen porque me la voy a tener que comer con patatas, es decir, aceptarla porque ellos me lo digan.
El caso es que independientemente de lo mal explicada que esté, lo tonto que yo sea o lo complicado del tema, la película transcurre por dos caminos separados, no llegando a decidirse cual tomar, si el de la intriga pura y dura o el de la acción desenfrenada, queriendo picotear en ambos géneros sin hacerlo bien en ninguno y derivando en una especie de drama romántico que ya no se aguanta por ningún lado. Y por el camino, como ya pasaba con la última crítica que he publicado, aburre hasta decir basta.

Ya he insinuado que Johnny Deep, amo y señor en todas las carátulas, no es ni de lejos el protagonista. Tiene un par de escenas iniciales y, a partir de su prematura muerte, se limita a pasarse de vez en cuando por el set de rodaje poniendo caras y voz sin ningún tipo de convicción. Es Rebeca Hall, la Vicky de Vicky Cristina Barcelona, quien debe llevar toda la película a sus espaldas, consiguiendo así una oportunidad de oro para dar un giro a su carrera y demostrar que vale más que para ser la secundaria simpática de Scarlett Johansson en la cinta de Allen o de Gwyneth Paltrow en Iron man 3. Y la desaprovecha por completo, no consiguiendo emocionar en ningún momento con una interpretación que resulta ser tan plana como su propio personaje.
Destaca a su lado Paul Bettany, en lo que parece apuntar a un triángulo amoroso nunca desarrollado, mientras que pululan también (en personajes que no pintan nada) Morgan Freeman y el inevitable Cillian Murphy, no sé si simplemente para cobrar su cheque o por lo que mola eso de decir que han actuado en la última peli de Nolan, aunque se supone que esto no es una peli de Nolan.
Cierran el reparto Kate Mara (la futura Sue Richards del renacimiento de Los Cuatro Fantásticos) y Lukas Hass (¿recuerdan al niño de Único testigo?) que tiene una pedazo interpretación de un par de minutos.
Como digo, un grupo de amiguetes cobrando por pasearse por una película que pretende ser tan trascendental como su título indica y que acaba siendo un enorme y soporífero montón de paja, donde da la sensación de que ni los propios actores entienden de que va la cosa ni les importa. Eso justificaría al menos la cara de pasmo con la que se pasan gran parte de la aventura.
No es insultante, como la de Yo, Frankenstein. No es despreciable, como la de No hay dos sin tres. Simplemente es aburrida. Como una peli de Nolan, pero peor.
Y si alguien la ha entendido, agradeceré me la explique.


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