Que
soy de los que opinan que Christopher Nolan es un director sobrevalorado no debería
ser ninguna novedad para los que me conocen. Es un tipo que adorna muy bien
unas producciones disfrazadas de trascendencia y dramatismo que ocultan muy
bien sus muchas carencias. Y si lo hace con un reparto espectacular, mejor que
mejor.
Lo malo del tipo este es que cuando no dirige se debe aburrir mucho, así que se dedica en meter mano en películas de otros y, disfrazado de productor, reconduce tonterías como El hombre de Acero o el título que nos ocupa ahora.
Dirigida
por su amigo (y director de fotografía habitual) Wally Pfister, se denotan en Transcendence todos los tics del amigo
Nolan, con la salvedad de que el tal Pfister es aún peor director y como no le
da el tipo para ser director y director de fotografía a la vez se pierde en su
ópera prima lo que debería ser su mayor virtud, la belleza de las imágenes.
Pero
en el fondo, Transcendence no es una
película de gran impacto visual. Ni siquiera es una película de actores, por
más que presente un rico (y desaprovechado) elenco de estrellas donde (y no os dejéis
engañar) el protagonismo cae casi exclusivamente en la figura de Rebeca Hall. Transcendence es, sobre todo, una
película de guion. Una historia de las que invitan a pensar, a reflexionar
sobre si lo que estamos haciendo con nuestras vidas y si nuestra sociedad va
por buen camino o nos estamos volviendo todos locos, con un toque de
tecnocrítica y tratando de sorprendernos y desconcertarnos en cada giro de
guion. Invitan, he dicho. Porque a la hora de la verdad, el guion termina
siendo lo peor del invento, con situaciones que no hay por donde cogerlas y un
desarrollo que (y perdonen si no están de acuerdo, posiblemente se deba todo a
que soy demasiado tonto para esta película) no se entiende nada.
Y eso es así. La película no se entiende. No es ya que contenga una ambigüedad pretendida como sucediera con Origen, del propio Nolan, o que juegue a dobles cartas en una fumada mental como la que perpetro hace poco Denis Villeneuve en Enemy. Se trata más bien de que Pfister quiere explicar algo muy complejo y sesudo y lo explica mal.
Intentaré
contar algo del argumento: Will y Evelyn son una pareja muy enamorada que se
dedican a hacer cosas con ordenadores (quieren crear una inteligencia global, o
algo así). El caso es que sufren un atentado de un grupo radical antitecnócrata
(que matan gente pero luego resulta que son los buenos) que disparan a Will con
una bala envenenada que no lo mata al momento pero si lo va consumiendo poco a
poco. En sus últimos días de vida Evelyn decide traspasar su conciencia al
sistema operativo en el que estaban trabajando, consiguiendo no sólo mantener
con vida la mente de su amado sino convertirlo en una especie de dios.
Hasta
ahí, todo más o menos correcto. Luego es cuando se les empieza a ir la pinza
con una serie de poderes del Will digital este que parecen sacado de un comic
de superhéroes de los noventa (para el profano le diré que en los noventa hubo
una de las peores crisis creativas de la historia del comic) y es donde yo ya
no logro entender nada, con lo cual me importa un churro la resolución a la que
lleguen porque me la voy a tener que comer con patatas, es decir, aceptarla
porque ellos me lo digan.
El
caso es que independientemente de lo mal explicada que esté, lo tonto que yo
sea o lo complicado del tema, la película transcurre por dos caminos separados,
no llegando a decidirse cual tomar, si el de la intriga pura y dura o el de la
acción desenfrenada, queriendo picotear en ambos géneros sin hacerlo bien en
ninguno y derivando en una especie de drama romántico que ya no se aguanta por
ningún lado. Y por el camino, como ya pasaba con la última crítica que he
publicado, aburre hasta decir basta.
Ya he insinuado que Johnny Deep, amo y señor en todas las carátulas, no es ni de lejos el protagonista. Tiene un par de escenas iniciales y, a partir de su prematura muerte, se limita a pasarse de vez en cuando por el set de rodaje poniendo caras y voz sin ningún tipo de convicción. Es Rebeca Hall, la Vicky de Vicky Cristina Barcelona, quien debe llevar toda la película a sus espaldas, consiguiendo así una oportunidad de oro para dar un giro a su carrera y demostrar que vale más que para ser la secundaria simpática de Scarlett Johansson en la cinta de Allen o de Gwyneth Paltrow en Iron man 3. Y la desaprovecha por completo, no consiguiendo emocionar en ningún momento con una interpretación que resulta ser tan plana como su propio personaje.
Destaca
a su lado Paul Bettany, en lo que parece apuntar a un triángulo amoroso nunca
desarrollado, mientras que pululan también (en personajes que no pintan nada)
Morgan Freeman y el inevitable Cillian Murphy, no sé si simplemente para cobrar
su cheque o por lo que mola eso de decir que han actuado en la última peli de Nolan,
aunque se supone que esto no es una peli de Nolan.
Cierran
el reparto Kate Mara (la futura Sue Richards del renacimiento de Los Cuatro Fantásticos) y Lukas Hass
(¿recuerdan al niño de Único testigo?)
que tiene una pedazo interpretación de un par de minutos.
Como
digo, un grupo de amiguetes cobrando por pasearse por una película que pretende
ser tan trascendental como su título indica y que acaba siendo un enorme y
soporífero montón de paja, donde da la sensación de que ni los propios actores
entienden de que va la cosa ni les importa. Eso justificaría al menos la cara
de pasmo con la que se pasan gran parte de la aventura.
No
es insultante, como la de Yo,
Frankenstein. No es despreciable, como la de No hay dos sin tres. Simplemente es aburrida. Como una peli de
Nolan, pero peor.
Y
si alguien la ha entendido, agradeceré me la explique.
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