Decepcionante
sería el primer adjetivo que a uno se le viene a la mente tras ver esta
película. No es un producto malo, pero acontece de alma, de espíritu, y eso
provoca que a mitas del visionado ya nos hayamos aburrido de la trama y nos
importe un churro lo que le suceda a los personajes.
Viendo
la carátula todo son buenas sensaciones. Un interesante reparto, compuesto por
el siempre eficiente Viggo Mortensen, la generalmente desaprovechada Kirsten
Dunst y una de las revelaciones del año pasado gracias a los hermanos Coen,
Oscar Isaac; una premisa argumental de nivel, basada en una novela de Patricia
Highsmith y dirigida por el que fuera guionista de aquella pequeña joya que era
Drive, Hossein Amini. Estaban por
medio, además, los productores de El Topo,
pero como personalmente aquella ya me pareció un tostón mejor no lo destaco
mucho.
El
caso es que, y tratando de evitar las comparaciones con El talento de Mr. Ripley, posiblemente la mejor adaptación hasta la
fecha de la obra de Highsmith hasta la fecha, lo cierto es que la película
arranca bien, con un matrimonio de vacaciones en Atenas y la intromisión de un
atractivo guía turístico que amenazará con quebrar el idílico mundo perfecto de
la pareja. Pero un asesinato involuntario revelará que el mundo perfecto de la
pareja no lo es tanto y que los secretos del pasado siempre regresan para acosar
a sus víctimas, y el guía turístico pasará a convertirse de seductor a
cómplice. Así, la historia avanza ahora con el periplo de este improbable trío
de amigos unidos por las circunstancias en un intento de abandonar el país y
mantener ocultos sus secretos.
El
problema es que lo que pretende ser un thriller de intriga no lo es. La
película es aburrida y mantiene al espectador con la constante sensación de que
debe pasar algo inesperado sin que esto nunca llegue a suceder. Los personajes
son planos y no avanzan en ninguna dirección, especialmente el de Mortensen, y
el conjunto final es plano y se va desinflando a medida que nos acercamos al
final.
Cierto
es que en Drive, el trabajo que
consagró a Amini, también pasaban muy pocas cosas, pero el director Nicolas
Winding Refn conseguía crear una atmósfera de desasosiego apoyado en la
interpretación pasiva de Ryan Gosling que funcionaba muy bien. En este caso, el
salto de guionista a director de Amini no ha funcionado correctamente y ni los
diálogos ni las situaciones consiguen transmitir la intriga y emoción que
pretenden, consiguiendo que la película sea tan anodina como mucho de los
habitantes de las propias islas griegas. Ni siquiera es capaz Amini de
transmitir la belleza de los paisajes que lo rodean, demasiado pendiente, quizá,
en resaltar que estamos en una historia ambientada en los años 60 y abusando
por ello de una tonalidad ocre que transmite simpleza y tediosidad.
No
es una película detestable, ni mucho menos (casi me atrevería a decir que es la
mejor que he visto este fin de semana), y por simple que sea Amini con la
cámara no es suficiente como para opacar por completo a tres grandes actores
que se esfuerzan, en ocasiones de manera estéril, por demostrarlo.
Lo
peor de todo es que, una vez más, estamos ante un ejemplo de historia que
prometía mucho y, quizá sólo con un poco de esfuerzo más, habría podido ser muy
estimulante. Y ese es el gran fracaso de Amini.
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