Permítanme comenzar este
comentario dirigiéndome a todos aquellos que me siguen desde hace poco y que
probablemente no hayan leído mi post de presentación, firmado allá por un
lejano enero del 2013. En él me presentaba como un verdadero amante del cine, y
con esto no me refiero tan solo a las películas, sino que insisto en el
concepto CINE, que es el lugar donde considero deben ser vistas dichas
películas. Éste es un elemento imprescindible para poder disfrutar y, por lo
tanto, valorar correctamente las obras fílmicas, por lo que en un alarde de
honestidad decidí incluir un asterisco en el título de la entrada cuando no
hubiese visualizado la película a comentar en unas condiciones optimas, ya sea
por haber recurrido al formato doméstico o por cualquier deficiencia provocada
por la propia sala de cine que pueda influenciar mi crítica sin que sea culpa
de los autores del film.
Además, siempre intento
hacer una valoración lo más personal posible, sin dejarme influenciar por otros
críticos o foros de opinión. Sin embargo, en el caso que nos ocupa hoy confieso
haber aumentado un punto mi valoración después de haber escuchado un comentario
concreto en la radio. Y el motivo es el mismo que me ha impulsado a colocar el
dichoso asterisco en el título pese a haber visto la película en mi cine
habitual y con la comodidad y calidad de imagen y sonido de siempre. Y es que
nos encontramos ante una muestra más de la incompetencia de las distribuidoras
españolas que se empeñan en estrenar poco y mal y de considerar al espectador
de poco menos que idiota. Uno de los problemas de esta película (tranquilos,
pronto me pongo con la crítica de verdad) es que pese a tratar sobre un grupo
de españoles haciendo las Américas en ningún momento se proponía la más mínima
referencia al contraste de idiomas, lo cual resultaba raro aun cuando su
director no quisiera centrar su trama en ello. Si a esto añadimos el espantoso
doblaje de los personajes (básicamente mujeres) oriundos el resultado es una sensación
extraña que te saca en muchos momentos de la película. Sólo ahora he
descubierto que pese a ser una película española, con actores españoles y
hablada mayoritariamente en español, tenía que haber ido a verla en salas de
versión original porque algún lumbreras ha decidido maltratar la decisión del
director a la hora de filmar en formato bilingüe y traducir los pocos momentos
en los que se habla en inglés, estropeando en gran parte el aspecto final del
film.
Así que si alguno de
ustedes tiene pensado ir a verla, téngalo en cuenta.
Ahora sí, pasada ya mi
pataleta inicial (a este paso el blog terminará llamándose El Panda antiproductoras), voy a entrar de lleno en la película.
La vida inesperada es una comedia agridulce que describe las
peripecias de Juan (Javier Cámara), un español afincado en Nueva York con
aspiraciones de triunfar en el mundo del espectáculo pero cuya realidad (como
la de la mayoría de actores) es que malvive entre obras de teatro minoritarias
y trabajos de poca monta como camarero, tendero o incluso profesor de cocina
española pese a no saber ni preparar una simple paella. Pese a todo su vida
transcurre con sencillez entre bambalinas y escarceos amorosos con Sandra (Carmen
Ruiz) hasta que recibe la visita de su primo Jorge (Raúl Arévalo), el
triunfador de la familia. Será entonces cuando la complicada convivencia y la
relación amor-odio entre primos les descubra lo que esconden en su interior y
les obligue a tomar decisiones que llevan tiempo posponiendo.
Dirigida por Jorge
Torregrossa, que debutó en el mundo del cine con la irregular Fin, La
vida inesperada contiene tantos errores como aciertos, empezando por su
reparto, con un Cámara tan brillante como nos tiene acostumbrados pero con la
sensación de estar repitiendo siempre el mismo personaje y un Arévalo al que
nunca me creo como seductor ni triunfador.
Elvira Lindo, la creadora
de Manolito Gafotas, escribió esta
historia directamente para el cine durante el tiempo en la que estuvo
residiendo en la metrópolis americana (donde también residió varios años el
propio director, por cierto) de manera que el film termina siendo una
declaración de amor a la ciudad que nunca duerme, que aparece magníficamente
fotografiada. Tanto es así que durante todo el metraje sobrevuela el espíritu
de Woody Allen, artista que sin duda tenían en mente tanto Lindo como Torregrossa
al construir su ficción. Podemos encontrar aquí todos los tics de Allen, desde utilizar
Manhattan como un personaje más al glamuroso a la par que bohemio encanto de
las catas de vinos (aquí acompañados de queso manchego y paella), sin olvidar
los intensos diálogos en busca de un ingenio reflexivo sobre el éxito, la vida
y, sobretodo, las mujeres (o el sexo). Por no faltar, no falta ni la banda
sonora cargada de jazz de la mano de Lucio Godoy y Federico Jusid. Pero una
cosa está clara: cuando se imita a un genio el resultado final siempre estará
por debajo del original. Y eso le pasa a La
vida inesperada, que quiere ser y no puede, pues ni Elvira Lindo ni sus
diálogos están a la altura del realizador de Manhattan, y los notables
esfuerzos de Torregrossa por plasmar la belleza de la ciudad, sus vistas desde
las azoteas o los bancos mirando al Hudson junto al puente de Brooklyn no son
suficientes. Hay, además, un exceso de amabilidad del director y la guionista
hacia sus personajes, haciendo que las dificultades que supone la vida de los
españoles en Nueva York parezcan menos. Tomo como muestra la secuencia de la
paella en la que los tres protagonistas podrían prepararse para un conflicto
entre ellos pero culmina con el inicio de tres relaciones sentimentales casi
casuales que terminarán derivando en los amores de sus vidas. Todo demasiado
bonito. Todo demasiado sencillo. Y para colmo, los pocos momentos en los que la
película se distancia de Allen es para abusar de dos tópicos del cine español.
Me estoy refiriendo, por un lado, a las conversaciones del personaje de Cámara
con su madre por skype, que son muy almodovarianas (casi se puede imaginar a
Chus Lampreave en el papel que finalmente recayó en Gloria Muñoz) y la
presencia de un veterano argentino en el papel de voz de la conciencia del protagonista
que no lo interpreta Héctor Alterio pero podría.
En fin, interesante película
(si dejamos aparte el tema del doblaje), divertida en unos momentos, reflexiva
en otros, con una dirección extraña
(contrasta lo brillantemente filmada que está Nueva York con algunas escenas,
como una conversación en una cafetería entre Juan y Jojo, bastante mal
construidas) pero que deja un cierto regusto a que podría haber llegado más
lejos si Torregrossa hubiese buscado ser él mismo y buscar su propio camino en
lugar de limitarse a imitar a otros.
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