Ariane Felder es una estricta jueza que, como es menester en estos casos,
apenas tiene vida social de tan centrada que está en su trabajo y en un posible
ascenso. Durante una fiesta de fin de año en los tribunales comete el error de
beber más de la cuenta y, por la falta de costumbre, se desmadra demasiado, siendo
el resultado de tan fatídica noche, varios meses después, el descubrimiento de
que está embarazada. Para colmo de males el presunto padre es un perseguido
psicópata acusado de trocear y comerse los ojos de su última víctima.
Tan alucinante argumento no puede más que desembocar en una película
esperpéntica y ridícula, que quizá en manos de algún director más estilista
como Jeunet o Caro podría haber funcionado pero que recayendo en el actor
metido a director Albert Dupontel acaba siendo una mamarrachada sin gracia con
interpretaciones (en especial la de la protagonista, Sandrine Kiberlain)
grotescas y caricaturescas y una trama tan inverosímil como absurda. Dupontel
consigue plasmar una bufonada llena de tópicos que parece imitar a cientos de
películas con el dudoso mérito de haber conseguido extraer tan solo lo malo de
cada una de ellas y empeñándose en estropear los pocos momentos interesantes
que ofrece.
El primer engaño, por cierto, lo tenemos en el título, pues si bien el
embarazo no deseado es el origen del conflicto no esperen encontrar aquí una
fábula cómica (ni a favor ni en contra) sobre la maternidad, sino que todo
queda como una anécdota que poco importa a Dupontel en favor a la trama
policíaca, si bien tampoco se atreve a ir a por todas por este camino.
Al final el resultado es ridículo, con ligeros momentos de inspiración a
cambio de demasiadas situaciones de vergüenza ajena, con una historia tan mal
planteada como resuelta y unos personajes grotescos que no cómicos.
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