Aun después de siete
películas continúo quitándome el sombrero ante la maravillosa y arriesgada
fórmula elegida por Marvel Studios para trasladar a la pantalla grande sus más
celebres personajes (o por lo menos aquellos de los que mantienen sus
derechos).
Como si de los propios
comics se tratara han construido un Universo propio gracias al cual no solo
encontramos referencias de unas películas a otras sino incluso cameos de sus
actores para regocijo de fans.
En este panorama, Thor, el mundo oscuro forma el segundo
eslabón de la cadena que nos conducirá hasta Los Vengadores: la era de Ultrón, situándose cronológicamente justo
tras los sucesos de Los Vengadores y,
por lo tanto, a la par de Iron Man 3.
Además, en ella se dan pistas que no voy a revelar aquí sobre Guardianes de la Galaxia, que llegará
justo a continuación de Capitán América:
el Soldado de Invierno. Para rizar más el rizo algo de lo que en esta
película sucede tendrá consecuencias (como pasará también en la segunda
aventura del Capi) en la serie de televisión de Shield.
Pero centrándonos solo en
este film lo primero que destaca es que los mandos han cambiado de manos. La
ausencia de Kenneth Branagh en la silla de dirección implica un distanciamiento
al tono shakesperiano que tan al dedo iba para definir la relación amor/odio
entre Thor y su padre Odín, restando brillo a la magnífica Asgard vista en la
primera película, aunque la experiencia de su sustituto, Alan Taylor, como
realizador de diversos capítulos de Juego
de Tronos se traduce en un mejor dominio de la narrativa bélica.
Obviamente, Taylor está más interesado en la acción pura y dura que en las
intrigas de palacio, y es que el conflicto que Branagh nos mostró entre Thor, Odín
y Loki ya ha quedado atrás. El Dios del trueno ha madurado y es ahora un digno
heredero del padre de todos, mientras que los sucesos de Nueva York narrados en
Los Vengadores han dejado a Loki en
una situación de no retorno, encarcelado
y repudiado por su propio padre.
Tampoco es necesario
perder tiempo con la relación entre Thor y Jane Foster, pues una vez
reencontrados podrán reanudar su amor interrumpido tras la marcha de Thor al
final de la primera película (ahora sabemos que tras la destrucción del Bifröst
ha estado recorriendo los Nueve Reinos para restaurar la paz) mientras forman
alianza para salvar Midgard y, posiblemente, el universo entero.
Y de eso precisamente
trata Thor, de las alianzas. Mucho más coral que otras películas Marvel el hijo
de Odin deberá recurrir a la ayuda de sus compañeros de armas, Fandral, Volstagg,
Heimdall (Hogun se mantiene en esta ocasión en un segundo plano), y la
enamorada Sif (Jaimie Alexander, verdadera fémina de la película, mucho más
interesante que una desganada Natalie Portman) por un lado, contará de nuevo
con la colaboración terrestre del profesor Erik Selvig, Darcy y la propia Jane (a
quien se les une un nuevo personaje, el becario Ian), mientras que uno de los
puntos álgidos del film será la necesidad de tener que confiar en su
traicionero hermanastro Loki.
Olvidados los Hombres de
Hielo, los villanos en esta ocasión volverán a ser originarios de la mitología
asgardiana: los Elfos Oscuros, una raza tan antigua como la existencia misma
que ya fueron derrotados en el pasado por el padre de Odín, Bor, y que tratarán
de nuevo de extender su oscuridad por todo el universo, siempre comandados por
el pérfido Malekith. Es en este punto donde encontremos quizá lo más flojo de Thor, el mundo oscuro, pues tanto el
origen como las motivaciones de Malekith y su raza queda bastante desdibujada, obligándonos
a afrontar el hecho de que son los malos de la historia sin darle más vueltas.
Con Christopher Eccleston
en el papel de villano, el resto del elenco es prácticamente el mismo que en la
primera parte, con Chris Hemsworth totalmente amoldado al papel y un Tom Hiddleston
que de nuevo es lo mejor de la película, logrando que su Loki, pese a contar
con menos metraje que en Thor o en Los Vengadores, vuelva a ser la estrella
de la función. Solo Natalie Portman parece desentonar con una actuación más
floja de lo que nos tiene acostumbrados, quizá debido a sus discrepancias
iniciales con la productora por la elección del director o que, simplemente,
tras su merecido Oscar por Cisne Negro
ha aprendido a actuar con el piloto automático puesto en estas producciones que
si bien le van a llenar los bolsillos no van a proporcionarle premios ni alabanzas
por mucho que se esfuerce. O a lo mejor simplemente es que su papel no da para
más porque esta vez, por encima de todo, lo importante es la aventura. Hay
drama, desde luego, vuelven los conflictos familiares e incluso alguna muerte
que no es cuestión de desvelar ahora, pero lo más destacado de esta secuela es
que Thor, por fin, en Thor. No tiene que adaptarse a Midgard, como le sucediera
en la primera parte, o a sus nuevos aliados, como fue el caso de Los Vengadores.
Ahora, al fin, vemos al superhéroe dándolo todo en el campo de batalla,
volando, peleando y lanzando el martillo como los lectores de los cómics llevan
tiempo esperando. Además, el detalle de trasladar la acción del ya sobradamente
machacado Nueva York hasta Londres (un Londres, por cierto, menos tópico de lo
habitual en Hollywood) imprime un nuevo soplo de aire fresto.
Por eso, pese a alguna
carencia argumental, Thor, en el mundo oscuro, es un disfrute total, con mucha
acción pero muy bien gestionada y un humor que no puede faltar en las
producciones Marvel perfectamente incorporado al ritmo narrativo.
Chris Hemsworth (el más
desconocido de los actores que conforman la plantilla de héroes de Marvel) es,
definitivamente, Thor, y –tal y como pasa con su compañero de fatigas Robert
Downey Jr.- no es posible ya imaginar al futuro rey de Asgard con otro rostro.
Thor: larga vida al rey. Larga
vida al Vengador.
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