Dicen los que entienden de
esto que James Wan es el rey del terror después de poner de moda el gore con la
saga Saw y, cuando todo el mundo
comenzó a imitarle (no miro a nadie, Eli Roth) se salió por la tangente
diciendo que el terror del bueno no precisa de sangre y se sacó de la manga la
barata a la par que exitosa Insidious.
Algo de razón debía tener cuando de nuevo le imitan por todas partes sin rubor,
pese a que la mejor peli de miedo del año (aunque tampoco es para tanto como
algunos quieren ver) ha sido suya, concretamente Expediente Warren, de la que ya se habla de secuela (lógico) y un
par o tres de spin-off (¿nos hemos vuelto locos?). Así que no es de extrañar
que ahora se estrene la secuela de la propia Insidious, cuyo argumento empalma directamente del final de la primera,
avanzando así la narración en lugar de limitarse a repetir esquemas. Y es que
si algo hay que alabar del cine de Wan es su intento de reinventarse
continuamente, evitando el copia y pega que tanto usan sus imitadores. Pero
claro, en esto del cine de terror (y más concretamente en la vertiente de los
espíritus demoníacos) ya queda poco por inventar y lo que finalmente consigue
Wan con dudoso resultado es introducir elementos menos tópicos pero que, quizá precisamente
por eso, terminan por chirriar.
Claro ejemplo de ello son
los dos investigadores, ya presentes en la primera entrega pero que aquí son
utilizados como recurso cómico, desdramatizando en exceso la trama.
Y es que Indidiuos capítulo 2 no debería ser definida
como película de terror, pues por más que se apoye en elementos sobrenaturales
está más cercana a un thriller de intriga, donde el objetivo no es llegar con
vida al final, sino averiguar el secreto oculto, resolver la clave del enigma.
Y en medio de todo, viajes
temporales, posesiones, dramas infantiles y espiritismo (y que me perdonen los apasionados
del tema porque imagino que habrá una base científica detrás, pero ver a Carl interpretando los mensajes de los difuntos mediante unos dados con letras
me invita a pensar está jugando al Apalabrados
con ellos), un pastiche de mil y una cosas que, en busca de romper tópicos
acaba confundiendo al personal con un batiburrillo que al final no conduce a
nada.
Una vez más, el punto
fuerte de la película de Wan son sus intérpretes, en especial un Patrick Wilson
apegado al género y director que se mueve como pez en el agua pero cuya carrera
puede encasillarse peligrosamente (¿alguien lo recuerda en Watchmen?)
Así que, resumiendo, nueva
vuelta de tuerca a lo de siempre en una película que entretiene pero poco más,
pero que quien busque sustos que no se haga ilusiones.
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