Que Luc Besson es un
enamorado del cine americano no es ningún secreto y ya se vio claro en una de
sus primeras películas: Nikita, dura de
matar. Por eso no es de extrañar que después de un tiempo centrado más en
tareas de productor que de realizador y con la trilogía infantil sobre Arthur y los Minimoys como últimos
títulos destacados su regreso al cine de acción sea con un homenaje a un género
tan americano como el de la mafia.
Sin embargo, Malavita no es realmente un film de
gansters, aunque los tenga, sino más bien una comedia muy negra aunque con dos
representantes genuinos de ese género como son Robert De Niro (actor) y Martin
Scorsese (productor).
Malavita
explica la historia de una familia, antes los Manzoni, ahora los Blake, que se
instalan en un pueblecito de Normandía como testigos protegidos después de que
el cabeza de familia, Fred, delatara ante el FBI a todos sus camaradas. Así,
veremos cómo su mujer y dos hijos deben adaptarse a sus nuevas vidas mientras él
debe permanecer oculto en casa (cosa que por supuesto no hará) para evitar que
los descubran, ya que lógicamente han puesto precio a sus cabezas. Pero hay
costumbres que cuestan abandonar.
Dejando de lado detalles
como el hecho de que todo el mundo en Normandía se entienda perfectamente en
inglés con ellos, Malavita es una
curiosa mezcla entre el cine costumbrista rural francés, con ecos de Bienvenidos al norte, con la comedia de acción americana, aquella
que en los ochenta tan buen se les daba a Ivan Reitman o a John Landis.
Con momentos brillantes
como la escena del supermercado, Malavita
es divertida y ácida, aunque intenta ponerse seria en algunos momentos con
subtramas que nunca llegan a resolverse (la relación de la madre con el cura,
el primer amor de la hija,...) para culminar (tras la declaración de amor
definitiva al cine de Scorsese) en un clímax de violencia con aroma a cartoon
aunque algo trágico para mi gusto.
Hay unas cuantas escenas
que perdurarán en el recuerdo por su ingenio y sentido del humor, pero no las
suficientes, insinuando que quizá Besson se está empezando a oxidar.
Sólo entonces se agradece
la presencia de los tres grandes actores que la protagonizan: un De Niro que
parece que empieza a levantar cabeza después de unos años bastante grises,
Michelle Pfeiffer, que a sus cincuenta y
cinco años está más guapa que nunca, y Tommy Lee Jones, que con apenas unas pocas
secuencias tiene suficiente para llenar las pantallas con su presencia. Junto a
ellos los jóvenes John D'Leo y Dianna Agron cumplen con creces y sólo se echa
en falta que no se les ocurriera (o quizá sí se les ocurrió pero no pudieron)
ofrecer el papel de asesino que finalmente interpreta Jimmy Palumbo a Joe
Pesci. La fiesta habría sido completa.
Entretenida de principio a
fin no reluce tanto como el oro que promete, pero al menos es plata de ley.
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