Aunque el subgénero de las
comedias románticas suele relacionarse con unas películas pastelosas,
destinadas a un público primordialmente femenino (y prueba de ello es que ha
estado siempre liderado por mujeres: Meg Ryan en los 80’, Julia Roberts y
Sandra Bullock en los 90’ y Jennifer Alliston y Reese Witherspoon en la actual
década), hace un tiempo apareció un tipo con la sana intención de cambiar los
conceptos y romper los tópicos de las historias facilonas, con más lágrimas que
risas y con tanto almíbar que no eran actas para diabéticos.
Estoy hablando de Richard
Curtis, que aunque nació en Nueva Zelanda ha bebido mucha comedia británica en
la que se mueve como pez en el agua. Tras escribir diversos episodios de La Víbora Negra y Mr. Bean triunfó en el cine con los libretos de Cuatro bodas y un funeral, Nothing Hill, El diario de Bridget Jones o War
House (su trabajo más alejado del romance y también el más fallido),
saltando también a la dirección con Love
Actually y Radio Encubierta.
Empeñado en dotar a sus
historias de un punto diferente a lo habitual, con personajes inteligentes,
diálogos brillantes y grandes interpretaciones (rozando casi siempre los
repartos corales), Curtis nos propone en Una
cuestión de tiempo algo tan inusual como estimulante como es la combinación
de la comedia romántica con la ciencia ficción más clásica: los viajes en el
tiempo.
No es que vayamos a encontrar aquí
grandes alardes técnicos con efectos visuales digitales, ni mucho menos, pero
la capacidad de Tim, el chico protagonista, de viajar a su pasado bebe
directamente de las influencias de la obra de H.G.Wells y no rehúye del
concepto del Efecto Mariposa que tanto temen los viajeros temporales.
La premisa es sencilla: el
padre de Tim le revela el día de su cumpleaños
esa curiosa cualidad que todos los varones de la familia poseen y el
chico la aprovechará para conseguir lo que más desea, el amor de su vida.
Desgraciadamente, como no podía ser de otra manera, descubrirá que las cosas
nunca pueden ser tan sencillas y que cada acción viene seguida por una
reacción.
Domhnall Gleeson (uno de los
hermanos Westley de Harry Potter) y
Rachel McAdams (que ya sabe lo que es protagonizar una comedia romántica con
viajes temporales gracias a Woody Allen) protagonizan el bello romance bien
secundados por el magnífico Bill Nighy como el padre de Tim; aunque no menos
importantes son las aportaciones de Margot Robbie, Will Merrick, Tom Hollander,
Lydia Wilson, Lindsay Duncan, Vanessa
Kirby y Richard Cordery, que conforman esta peculiar familia.
Portador de amor y alegría,
como buen espíritu navideño (hay quien ha llegado a definir Love Actually como el Qué bello es vivir de las nuevas
generaciones), las películas de Curtis tienen menos drama de lo habitual, hasta
el grado de que no hay villanos en sus películas, aunque cuando la desgracia
golpea lo hace sin contemplaciones.
El punto negativo lo
encontraremos en alguna toma de decisiones de Tim y en las incongruencias inevitables en los viajes temporales (Regreso al Futuro no solo no caía en
esas incongruencias, sino que se reía de ellas; todas las demás películas de
esa temática, desde la clásica Terminator
hasta la reciente Looper tiene alguna
que otra errata. Dejo de lado Midnigth in
Paris porque los viajes de Wilson al pasado era más testimoniales que
causales, y el único Efecto Mariposa en el film de Allen era en el propio viaje
interno del protagonista). Tim hace lo que hace y le sucede lo que le sucede
porque así lo decide Curtis, haciéndonos creer sin ser cierto que no existan
soluciones mejores porque ello arruinaría la trama y posibilitando que, de
pretender analizar en profundidad los viajes regresivos y sus consecuencias,
todo parezca una absoluta tontería.
Pese a todo, esto es una
fantasía y debemos dejarnos llevar por ella. No es una película sesuda ni
metafísica, simplemente es cine simpático, cariñoso y optimista, de ese que conviene
ver de vez en cuando para relajar nuestras almas y dejarnos enamorar, como Tim,
por Mary y ser capaces de alterar el curso de nuestra historia por hacerla
sonreír.
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