Reconozco que cuando entré en la sala de cine no las
tenía todas conmigo. Fast&Furious 9
no es precisamente santo de mi devoción, pareciéndome un tropiezo tras la línea
ascendiente que la saga llevaba desde su quinta entrega, y me preocupaba que el
chiste se hubiese estirado mucho.
Pero no. Contra todo pronóstico, pese a que se notan
ciertas carencias en el montaje que sin duda se deben al cambio en la silla de
director con el rodaje ya comenzado (me resultan muy extrañas las apariciones y
desapariciones del personaje de Brie Larson, por ejemplo), la última (que
parece ser que va a ser en realidad la antepenúltima) entrega de la saga de
Toreto y familia consigue estar a la altura y subir aun más, si cabe, el nivel
de la franquicia.
Fast&Furious
X es una mamarrachada toda ella, con
un villano esperpéntico y ridículo que roza el histrionismo y unos golpes de
efecto absurdos con alianzas inverosímiles y regresos imposibles. Pero, si uno
acepta entrar en el universo autoparódico que se viene forjando desde la cuarta
entrega (y que explotó definitivamente en la quinta), se dará cuenta que es
imposible que tanto despiporre pega molar más.
Es imposible (insisto, si uno viene dispuesto a jugar)
no disfrutar con una película tan loca como desenfrenada donde lo peor de la
función es, curiosamente, su mayor valedor, un Vin Diesel que sigue aspirando a
exhumar intensidad a base de fruncir el ceño y que acapara los momentos más
flojos del film. Todo funciona mejor cuando son los supuestos secundarios los
que llevan el peso de la acción, destacando, como no podría ser de otra manera,
las aportaciones de Jason Statham (breve, muy breve) y Charlize Theron
(magnífico el imposible equipo que hace con Michelle Rodríguez), mientras que
Jason Momoa se lo pasa genial convertido en un villano tan desquiciante como
divertido.
FFX no es perfecta, ni siquiera dentro de su propio
subgénero, pero tampoco lo necesita. Tienen la fórmula del éxito y saben que
por repetirla no va a dejar de funcionar (aunque sí provoca que una de sus
mayores sorpresas, si se analiza fríamente, puede resultar muy previsible).
Donde el guion no alcance, destruya las cosas y que sean más grandes. Y por si
no basta, te sacas esas dos escenas finales dignas de un cliffhanger de serial televisivo y hacer de la onceaba parte una
necesidad.
Y con el deleite que supone está décima entrega y el
exceso visual que supone, uno no puede dejar de pensar en el nuevo tipo de cine
que se abre paso en las afligidas salas, un cine excesivo e inverosímil pero a
todas luces afectivo como lo era, también, John
Wick 4. No sé si estas apuestas puedan ser suficientes para salvar al cine
(y por Dios que necesita desesperadamente que alguien lo salve), pero al menos,
como apaño, ya vale.
Y así, con la familia como excusa, los machirulos, las
amazonas, el reggaeton y la peste a gasolina viene a pegarle un bocado a la
taquilla como ya lo hiciera hace unos meses, con la misma fórmula pero
diferentes cálculos, el bueno de Keanu Reeves.
Y eso me da para una reflexión: ¿no molaría mil ver a
Reeves al volante en la doceava y última entrega? Al fin y al cabo, esto empezó
como una copia cani de Le llaman Bodhi.
¿Qué mejor manera de cerrar el círculo?
Ahí dejo la idea. Ahora las pelota está en tu tejado,
Vin.
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