lunes, 24 de febrero de 2014

THE MONUMENTS MEN (8d10)

Disparidad de opiniones la que genera la última película de George Clooney como director tras la magnífica Los Idus de marzo. Desde mis amigos del CSI (cuanto los echaba de menos) que la pusieron a caer de un burro en su paso por Cannes hasta los que fueron agraciados por pases de prensa hace un par de semanas y la definían como obra maestra.
Sin tener el punto de crítica reflexiva aquella tragicomedia política que tan brillantemente interpretaron Ryan Gosling y el tristemente desaparecido Philip Seymour Hoffman, creo que este episodio concreto de la II Guerra Mundial es un nuevo acierto de Clooney que logra con brillantez intercalar momentos de comedia con el drama que supuso el azote nazi y al amparo de talentosos intérpretes que acompañan a la estrella de la función, Matt Damon, como miembros de una coreografía, destacando a Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin y Bob Balaban, sin olvidar a la gran dama de Hollywood que no es otra que Cate Blanchett, por supuesto.
The Monuments Men cuenta la historia real –con las inevitables licencias, doy por supuesto- de un grupo de soldados sin formación militar que son enviados a la Francia ocupada, primero, y a la Alemania nazi después, en las acaballas de la guerra para intentar evitar si es posible robos de obras de arte por parte de los ejércitos de Hitler o, al menos, tratar de recuperar lo ya desaparecido. A simple vista puede parecer una frivolidad dedicarse a proteger unos cuadros cuando hay tantas muertes inocentes por medio, pero como muy bien justifica el personaje de Clooney al comienzo del film: “Pueden exterminar a toda una generación, arrasar sus casas, y aun así el pueblo se repondría, pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros, eso es como si nunca hubieran existido”.
Quizá el problema que ha tenido esta película con la crítica ha sido la suposición por parte de algunos espectadores de que iban a encontrarse con un drama bélico al estilo de El tren, aquella película de John Frankenheimer con Burt Lancaster en su reparto, o con la acidez brutal de los Malditos Bastardos de Tarantino, pero si sólo se hubiesen molestado en visionar el tráiler se habrían dado cuenta de que la historia que Clooney quiere plasmar es en realidad una comedia sobre un grupo de personajes totalmente ajenos al mundo militar tanto por conocimientos como, en algunos de los casos, por edad que casi recuerda más a los Space Cowboys de Eastwood. 
No hay escenas bélicas ni apenas tiroteos, aunque eso no implica que no haya momentos de tensión o que la película ignore el drama de lo que sucedió en la vieja Europa por culpa de un dictador demente y sus cegados seguidores. Sencillamente, Clooney opta por centrarse en las andanzas de sus hombres, teniendo la habilidad de bastarse de pequeñas sutilezas (la mención al destino del hermano del personaje que interpreta Blanchett, la casa vacía de una familia judía, el bidón lleno de dientes de oro) sin necesitar recurrir a planos de cadáveres o a famélicos judíos encerrados en sus campos para hacer justicia a los caídos
Así, las propias obras de arte son una metáfora de las víctimas de la guerra, y los cuadros ardiendo bajo el fuego nazi representan todo aquello que se perdió en esa guerra. Y aun así, consigue hacernos sonreír, disfrutar con unos personajes simpáticos y efectivos a los que quizá la coralidad de la historia impide que se les saque todo el jugo posible, pero que funcionan en pantalla y transmiten su energía y positividad, que junto con la acertada composición de Alexander Desplat dan a la cinta un aire épico y emotivo.
Dirigida con un clasicismo que recuerda al Hollywood dorado, The Monuments Men no es, al fin, una película bélica, lo que muchos no han sabido perdonar a Clooney. Pero olvidan que al cine se va a disfrutar de la película que un señor (llámese George Clooney o llámese Perico de los Palotes) ha querido realizar, y no a ver lo que el propio espectador quiere ver. Nunca llueve a gusto de todos pero decir que The Monuments Men es una mala película es estar cegado por las fobias que asaltan a muchos críticos de opereta.
No es una obra maestra, pero tampoco se lo pedía.


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