lunes, 17 de noviembre de 2014

ESCOBAR, PARAÍSO PERDIDO (5d10)

Si me permiten la broma, voy a empezar mi comentario proponiendo un título alternativo: Escobar, oportunidad perdida.
Y es que esta aproximación a una de las figuras más controvertidas e importantes de la historia colombiana podría haber supuesto una actualización (en ciertos modos así lo pretende) de El Padrino de Coppola en su versión latina, pero prefiere (por cobardía o simplemente en busca de una mayor comercialidad) teñirse de rosa en una especie de Romeo y Julieta tan empalagoso como previsible.
Ya desde su arranque la película muestra sus carencias, ofreciendo hasta tres saltos en el tiempo en sus primeros cinco minutos que, a la postre, no ofrecen nada de interés al espectador más que, si acaso, avisarnos de antemano que pese a lo tramposo del título Pablo Escobar no es el protagonista del film, sino un turista en apariencia inocente y honesto (y en resolución bobo y pardillo) llamado Nick. Que sea Josh Hutcherson el elegido para encarnar el papel podría significar simplemente que el joven actor de Kentucky pretende dar el salto al cine “de adultos”, pero en realidad tan solo revela que la presencia del Peeta de Los juegos del hambre solo busca despertar el interés femenino, sin que a nadie parezca importarle que los esfuerzos del chico por resultar creíble resultan francamente estériles.
Aun así, su interpretación no es suficientemente sosa (sí su personaje) como para estropear la película, a la vez que la española Claudia Traisac realiza una buena interpretación y Benicio Del Toro está sencillamente magistral, como por otra parte cabría esperar. De esta manera, y considerando también que la realización es más que correcta, podríamos destacar al debutante Andrea Di Stefano como último artífice de los logros de la película. Sin embargo, lo peor del film es su guion y dado que también está firmado por el propio Di Stefano, la máxima responsabilidad sobre los aciertos y errores del resultado final deberían caer sobre él y nada más que sobre él.
Por si hubiera algún despistado por ahí que no lo sepa, Pablo Escobar fue el líder de una de las redes de narcotráfico más importantes de Colombia, aparte de un devoto creyente y amado padre y esposo que, para sus seguidores, era considerado casi un santo por sus obras de caridad (¿ven las referencias hacia Don Corleone?) al igual que era visto como un sádico déspota por sus enemigos. Ahí hay una gran historia que contar y el séptimo arte no podía dejar pasar la oportunidad de contarla, pero se comete el gran error (inexplicable a mi entender) de no quererle dar al personaje el protagonismo oportuno, dejando que el peso de la narración recaiga sobre un joven canadiense que trata de montar un negocio con su hermano en las playas Colombia y que tiene la desgracia de enamorarse de la sobrina de Escobar.
Este tal Nick es un personaje totalmente inventado, por lo que no estamos ante un biopic al uso. Al dejar que toda la trama se centre en el canadiense el autor se puede permitir todas las licencias históricas que le plazca, tratando de buscar la identificación del espectador con el chico, pero no prevé que, al no poder alterar el destino final de Escobar (eso sería una licencia demasiado grande) lo que suceda con el chaval en relación con el mafioso colombiano nos es, ya de antemano, completamente irrelevante, limitándose todo a descubrir si su historia de amor va a terminar en happy end o en tragedia.
Por otro lado, resulta muy difícil llegar a simpatizar con el protagonista (a mí, por lo menos), por no hablar ya de compartir sus decisiones o creerse el por otro lado estéril descenso a los infiernos del muchacho, que terminará vendiendo su alma al diablo para nada, haciéndonos creer por un momento que la película va a transformarse de drama a peli de acción (del subgénero de venganzas) como por arte de magia. Naturalmente, no es así, y todos los caminos recorridos por el supuesto héroe terminan siendo para nada. Así, nos encontramos al salir del cine con dos horas casi vacuas de las que solo podemos aprender retazos de la personalidad de este Escobar, definido como un Robin Hood moderno pero que no deja de ser, y perdonen la expresión, un grandísimo hijo de puta.
No hay aquí nada de cómo llegó a la cima de su poder, cómo tenía a la policía y al ejército comiendo de la palma de su mano o cómo concluye su historia. Pero claro, eso habría sido otra película, y no tendría nada que ver con la historia de amor teen abocada desde el primer minuto al desastre que parece interesarle a Di Stefano.
A modo anecdótico, me gustaría destacar que esta producción francesa (aunque España y Bélgica también han metido mano) sobre un canadiense rodeados de colombianos está protagonizada por un norteamericano rodeado de un puertorriqueño (Del Toro) y varios españoles (Traisac y Bardén, entre otros) y rodada en Panamá. No es que me parezca mal, pero me resulta curioso. ¿Tan malos son los actores colombianos?
Claro que no podemos destacar esto como algo necesariamente negativo, ya que sin la aportación de Del Toro la película sería totalmente diferente y él y sólo él consigue salvar los muebles las escasas veces que aparece en escena, con ese magnetismo animal que tan bien sabe provocar.
Lo dicho, la historia de Pablo Escobar podría ser apasionante, y esta película es una oportunidad perdida para poderla descubrir.

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