jueves, 21 de febrero de 2019

PERDIENDO EL ESTE

Hace unos pocos años, siguiendo la estela de comedias españolas que arrasaban en taquilla, Atresmedia presentó Perdiendo el norte, una nueva vuelta de tuerca al uso y abuso de los tópicos, tanto patrios como foráneos (en este caso, alemanes), que no estaba del todo mal. La gracia de aquella película, más allá de sus chascarrillos y gracietas, es que utilizaba con inteligencia el ambiente de precariedad laboral del país para hacer una comparativa con los emigrantes que se fueron a buscarse las castañas fuera de España durante el franquismo, a la vez que sirve como espejo para poder identificarse con os propios inmigrantes que llegan ahora a nuestro país en busca de una vida mejor.
Todo eso se perdió en la fallida serie de televisión que pretendía seguir el espíritu de la película de Nacho G. Velilla y se diluye ya por completo es esta innecesaria secuela con la que han echado a los leones al debutante Paco Caballero que poco puede hacer para impregnar de algo de vida a la patochada que es Perdiendo el este.
El argumento es nimio. Más de lo mismo, pero ahora en China. Y para ello, por aquello de perder caché, los protagonistas son los que en la primera película eran simples secundarios. Con Yon González, Blanca Suarez y José Sacristán fuera de la producción, la evidencia de que estamos ante un producto de segunda es evidente, y Julián López, ahora máxima estrella del invento, poco puede hacer con un guion pobre que se limita a acumular chistes uno tras otro con la esperanza de que alguno caiga en gracia.
Tampoco los actores ayudan mucho, pues estamos ante uno de los peores trabajos del habitualmente solvente Miki Esparbé, a Carmen Machi y Leo Harlem se les nota desganados, Javier cámara es un visto y no visto (nunca el concepto “pasaba por ahí” ha sido más apropiado) y Edu Soto está simplemente espantoso. Solo la parte femenina se salva algo de la quema, pues tanto Chacha Huang como Silvia Alonso se esfuerzan por sacar adelante sus personajes mientras que Malena Alterio, con el poco papel que tiene, cumple como es habitual en ella (ya era de lo mejor de la también deficiente Bajo el mismo techo.
Al final, con lo que nos encontramos es una comedia romántica muy prototípica, que sigue los esquemas del género con tanta fidelidad que no hay hueco para la sorpresa, con un abuso de chistes locales que rozan la incorrección política (y no en el sentido positivo, de gamberrismo, sino en el ofensivo) y que solo quiere estirar más el chiste de un subgénero folklórico que funcionó muy bien en Ocho apellidos vascos pero que debe empezar a poner ya el freno para no resultar totalmente cansino. 
Sí, ver chinos corriendo en los Sanfermines puede tener su gracia, pero no tanto.


Valoración: Tres sobre diez.

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