Después del momento de esplendor que vivió el cine de terror desde finales de los 70 hasta entrados los años noventa, con la proliferación del concepto del slasher por obra y gracia de John Carpenter y con grandes sagas cuya culminación vino de la mano de Wes Craven y su Screen.
Desde entonces, hubo un vacío creativo que solo james Wan consiguió revitalizar gracias a las franquicias de Saw, Expediente Warren e Insidious, pero a la vez se convirtió en un modelo a seguir que se tradujo en multitud de fotocopias insoportables y totalmente carentes de imaginación (a las que hay que sumar la moda del found footsage o metraje encontrado que terminó por arruinar definitivamente el género).
Desde entonces, hubo un vacío creativo que solo james Wan consiguió revitalizar gracias a las franquicias de Saw, Expediente Warren e Insidious, pero a la vez se convirtió en un modelo a seguir que se tradujo en multitud de fotocopias insoportables y totalmente carentes de imaginación (a las que hay que sumar la moda del found footsage o metraje encontrado que terminó por arruinar definitivamente el género).
Desde entonces, solo pocas obras logran sobresalir del abuso de efectos sonoros y sustos fáciles para conseguir ser considerados buenas piezas de terror, siendo principalmente casos casi independientes y minoritarios (terminando por ser obras de culto), como podría ser La Bruja, Babadook, Hereditary y demás…
The Prodigy no está a la altura de estas, pero al menos se distancia de la típica producción de Wan (o de Jason Blum, por nombrar al otro gran impulsor del género), consiguiendo un tono clásico que la acerca más a títulos como La Profecía, de Richard Donner que a cualquier historia de niño poseído que pudiera pertenecer al Warrenverso.
Como es de suponer, no se puede encontrar en The Prodigy una originalidad extrema, pues el concepto de la posesión infantil es casi un género en sí mismo, pero al menos tiene las suficientes virtudes como para conseguir aterrorizar y angustiar sin caer en recursos demasiado simplistas, consiguiendo que la historia predomine siempre por encima del efectismo y que, más allá de que cada uno acepte entrar más o menos en el juego que propone, resulte más interesante y verosímil que la media de productos de estas características.
Así, no estamos ante una producción que merezca elogios desmesurados, pero al menos cumple con su función de entretener y asustar a partes iguales, que es lo mínimo que se debe pedir a este tipo de películas, con unas interpretaciones que, sin nombres conocidos, logra estar a la altura de las circunstancias, jugando con entremezclar el terror de los asesinatos con el drama familiar.
Valoración: Seis sobre diez.
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