domingo, 18 de enero de 2015

BABADOOK (6d10)

Ya comenté en alguna de las entradas que dediqué al pasado Festival de Sitges que el cine originado en las antípodas parecía estar de enhorabuena. Algunas de las mejores películas que pasaron por el festival eran australianas o neozelandesas y de todas, una de las que más impactó fue sin duda Babadook, convertida casi al instante en un clásico del género de terror y comparada constantemente con la Pesadilla en Elm Street original, y que yo no tuve oportunidad de ver en su momento.
Estrenada ahora en cines con bastante más ruido de lo habitual en una película tan pequeña (insisto en el detalle de que no es una producción de Hollywood del montón), el fenómeno ha empezado a extenderse, aunque, como si de una apuesta de arte y ensayo se tratase, sus espectadores se están dividiendo entre los que la aman con locura y los que la odian hasta niveles irracionales.
Y es que para entender los sentimientos encontrados que proporciona la película (yo particularmente, como suele sucederme en estos casos, me encuentro en un punto intermedio, consciente de sus enormes altibajos) lo primero que deberíamos debatir es si se trata realmente de una película de terror o no. Y es que sí, hay una presencia maligna, un libro misterioso, sombras que se mueven en la noche y bastante sangre, pero me da la sensación de que lo que realmente pretende explicar la directora (debutante en esto del cine, por cierto), Jennifer Kent, es el drama de una madre que tras perder al hombre de su vida en un accidente camino al hospital donde va a dar a luz debe mantener la cordura en su vida lidiando entre el dolor por la pérdida y las dificultades se sacar adelante a un hijo ella sola, un hijo, por cierto, heredero de los traumas sufridos por la familia el día de su nacimiento.
Bajo esta premisa, Kent juega a despistar al espectador entre lo que es auténtico y lo que no, dejándonos a nuestro propio criterio (incluso tras el desenlace final), juzgar si lo acontecido es real o está sólo en la imaginación de sus protagonistas. Así, la consecución de una atmósfera angustiante y claustrofóbica está brillantemente lograda, reforzada en el acierto (no sé si por decisión propia o por motivos presupuestarios) de no mostrar más que en sombras al “monstruo” de la película, este Babadook acechante creado en las sombras y que está consumiendo lentamente a esta madre y este hijo hasta abocarlos a su propia locura.
Por eso, quien disfrute con una película malsana y sucia, que te acongoje sin que apenas esté sucediendo nada, y provoque un constante y enfermizo mal rollo podrán deleitarse con la ambigüedad visual de Babadook. Pero aquellos que esperen sustos constantes, subidas musicales súbitas y salvajadas gores de esas que tanto pululan en el cine de terror actual y que a mí personalmente tanto me aburren sin duda se sentirán decepcionados e incluso engañados ante la propuesta de Kent.
No creo yo que merezca ser considerada una gran película ni que suponga la creación de un icono como fue en su tiempo Freddy Krueger (es más, es imposible hacer una secuela de este Babadook sin traicionar su espíritu), llegando a aburrirme en algún momento de su metraje aunque reconozco que la construcción ambiental es excelente y que la interpretación de los dos protagonistas logra poner los pelos de punta y llegar a sacar de quicio en más de un momento.
¿Es una obra maestra? No, desde luego que no. ¿Recomendable? Sí, siempre y cuando uno tenga claro lo que espera de ella y lo que ella puede ofrecer. Más reflexión que  miedo. Más profundidad que sangre. Aunque tampoco lo suficiente.

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