Ya
comenté en alguna de las entradas que dediqué al pasado Festival de Sitges que
el cine originado en las antípodas parecía estar de enhorabuena. Algunas de las
mejores películas que pasaron por el festival eran australianas o neozelandesas
y de todas, una de las que más impactó fue sin duda Babadook, convertida casi al instante en un clásico del género de
terror y comparada constantemente con la Pesadilla
en Elm Street original, y que yo no tuve oportunidad de ver en su momento.
Estrenada
ahora en cines con bastante más ruido de lo habitual en una película tan
pequeña (insisto en el detalle de que no es una producción de Hollywood del
montón), el fenómeno ha empezado a extenderse, aunque, como si de una apuesta
de arte y ensayo se tratase, sus espectadores se están dividiendo entre los que
la aman con locura y los que la odian hasta niveles irracionales.
Y
es que para entender los sentimientos encontrados que proporciona la película
(yo particularmente, como suele sucederme en estos casos, me encuentro en un
punto intermedio, consciente de sus enormes altibajos) lo primero que
deberíamos debatir es si se trata realmente de una película de terror o no. Y
es que sí, hay una presencia maligna, un libro misterioso, sombras que se
mueven en la noche y bastante sangre, pero me da la sensación de que lo que
realmente pretende explicar la directora (debutante en esto del cine, por
cierto), Jennifer Kent, es el drama de una madre que tras perder al hombre de
su vida en un accidente camino al hospital donde va a dar a luz debe mantener
la cordura en su vida lidiando entre el dolor por la pérdida y las dificultades
se sacar adelante a un hijo ella sola, un hijo, por cierto, heredero de los
traumas sufridos por la familia el día de su nacimiento.
Bajo
esta premisa, Kent juega a despistar al espectador entre lo que es auténtico y
lo que no, dejándonos a nuestro propio criterio (incluso tras el desenlace
final), juzgar si lo acontecido es real o está sólo en la imaginación de sus
protagonistas. Así, la consecución de una atmósfera angustiante y claustrofóbica
está brillantemente lograda, reforzada en el acierto (no sé si por decisión
propia o por motivos presupuestarios) de no mostrar más que en sombras al “monstruo”
de la película, este Babadook
acechante creado en las sombras y que está consumiendo lentamente a esta madre
y este hijo hasta abocarlos a su propia locura.
Por
eso, quien disfrute con una película malsana y sucia, que te acongoje sin que
apenas esté sucediendo nada, y provoque un constante y enfermizo mal rollo
podrán deleitarse con la ambigüedad visual de Babadook. Pero aquellos que esperen sustos constantes, subidas
musicales súbitas y salvajadas gores de esas que tanto pululan en el cine de
terror actual y que a mí personalmente tanto me aburren sin duda se sentirán
decepcionados e incluso engañados ante la propuesta de Kent.
No
creo yo que merezca ser considerada una gran película ni que suponga la
creación de un icono como fue en su tiempo Freddy Krueger (es más, es imposible
hacer una secuela de este Babadook
sin traicionar su espíritu), llegando a aburrirme en algún momento de su
metraje aunque reconozco que la construcción ambiental es excelente y que la
interpretación de los dos protagonistas logra poner los pelos de punta y llegar
a sacar de quicio en más de un momento.
¿Es
una obra maestra? No, desde luego que no. ¿Recomendable? Sí, siempre y cuando
uno tenga claro lo que espera de ella y lo que ella puede ofrecer. Más
reflexión que miedo. Más profundidad que
sangre. Aunque tampoco lo suficiente.
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