lunes, 5 de enero de 2015

EL SÉPTIMO HIJO (5d10)

Como si de una excusa de su argumento se tratase, El Séptimo Hijo es una película maldita. 
Basada en la novela de Joseph Delaney: El aprendiz de Espectro, se rodó con la intención de convertirse en el comienzo de una nueva franquicia del no siempre fructífero género de la fantasía juvenil. 
Y parecía una buena apuesta, pues pretendía ocupar el hueco dejado por Harry Potter, tenía suficiente material detrás (dieciséis novelas por ahora) para exprimir la burra muchos años y reunía nombres interesantes en el proyecto, empezando por un director dos veces nominado al Oscar y dos actores de relumbrón como son Jeff Bridges y Julianne Moore.  El problema vino cuando se rodó la película, se anunció la fecha de estreno como el 18 de octubre de 2013 y todo se estancó.
No debían creer demasiado en ella cuando el estreno fue saltando de una fecha a otra, llegando a ser descartada definitivamente por sus productoras iniciales (Warner y Legendary) y siendo después recuperada por Universal que, ya que la tenía, la ha hecho llegar a los cines sin demasiado rebomborio.
En ese año y medio de retraso algunas cosas han cambiado: Jeff Bridges ha perdido parte de su crédito aceptando participar en patochadas como R.I.P.D., Sergey Bodrov no ha vuelto a dirigir nada en Hollywood y los protagonistas más jovenzuelos continúan sin despuntar (aunque 2015 podría ser el año de Alicia Vikander, pues participa en dos títulos a priori interesantes como Ex Machina y The Man from U.N.C.L.E.). Prueba del paso del tiempo se puede encontrar en el brevísimo papel de Kit Harington, por aquel entonces sólo una cara conocidilla y ahora estrella más o menos consagrada por su papel de John Nieve en Juego de Tronos y su paso (más o menos acertado) como protagonista por Pompeya.
El séptimo hijo cuenta la historia de un Espectro (último de una especie de “cazafantasmas” medieval, con un pasado romántico-trágico con la más peligrosa y malvada de las brujas). Cuando su último aprendiz muere debe buscar uno nuevo para enfrentarse al retorno del ser más malvado del lugar, y el elegido es Tom Bard, el séptimo hijo de otro séptimo hijo y con su propio pasado secreto.
La película en sí no ofrece nada fuera de lo esperado, una aventurilla de esas de espada y brujería con algún que otro bichejo de por medio que muestra las carencias de un director poco habituado al cine de acción (la mayoría de los enfrentamientos son mediante secuencias precipitadas y confusas) y una producción limitada que hace que algunos de los efectos visuales sean demasiado básicos para las aspiraciones iniciales del film.
Cierto es que el tema de la brujería nunca ha funcionado demasiado bien en cine (dejando de lado las brujas de cuentos infantiles, eso es otra cosa) y títulos como El aprendiz de brujo, En tiempo de brujas, Hansel y Gretel, cazadores de brujas (esta última al menos era una gamberrada muy divertida) o Sombras tenebrosas han pasado por los cines sin pena ni gloria (y me estoy refiriendo a la versión más clásica y medieval de las brujas, no a sus aportaciones en otras historias como relleno), siendo Stardust o Las brujas de Eastwick alguno de los pocos títulos destacables que me vienen a la memoria. 
Y El séptimo hijo no parece una excepción, haciéndome pensar que el intento de franquicia quedará en un vasto propósito y que el final de la película, invitando descaradamente a una secuela, se quedará en nada.
De lo poco destacable que hay en el film es su reparto, protagonizado por un Ben Barnes que parecía ir para estrella después de ser el Príncipe Caspian de Las Crónicas de Narnia y parece que se ha quedado estancado, habiendo recaído últimamente en el recurso de la televisión (su caso me recuerda un poco al Taylor Kitsch de John Carter), mientras que se dejan ver también por ahí Antje Traue (Faora-Ul en El hombre de acero), Olivia Williams (vista recientemente en Sabotage) y Djimon Hounsou, al que por lo visto le va eso de disfrazarse con pintas raras como ya demostró en Los Guardianes de la Galaxia. Nombres que unidos a los mencionados Bridges y Moore dan algo de lustro a una historia bastante sosa y demasiado previsible, que, como casi toda la fantasía de este siglo, pretende beber demasiado de El señor de los Anillosaunque con toques de humor algo torpes y muy ochenteros (el personaje de Colmillo, sin ir más lejos) con situaciones muy tópicas que, aunque no aburre, tampoco descubre nada novedoso.
Se deja ver, entreteniendo sin demasiadas exigencias, pero demasiado floja y descafeinada para resaltar nada especialmente positivo. 

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