Reconozco
haberme presentado ante esta película con cierto escepticismo, esperando
encontrarme una tontada muy grande destinada simplemente a un público infantil
al que, como suele ser habitual, se trata como a tontos y no como a niños. Sin
embargo, y dejando claro que sí, es una película infantil y no tiene más
pretensiones que entretener a los críos con un oso que habla, algo hay tras
ella que me transmite más inteligencia que muchos productos de más altas
pretensiones.
Paddington
es el protagonista de una popular saga literaria creada por Michael Bond, que
se inspiró en un oso de peluche que vio en una tienda de la estación de tren de
Paddington. Retroalimentándose de la realidad, el escritor concibió la historia
de un osezno de una peculiar especia peruana que llega a Londres en busca de un
hogar y es acogida por la familia Brown, enternecidos (al penos parte de ella)
ante la simpatía y educación del osezno parlante y al que bautizan con el
nombre de la estación en la que lo encuentran.
Convertido
en un icono más de los muchos que representan la cultura británica, resultaba
extraño que la industria del cine hubiese tardado tanto tiempo en poner sus
ojos sobre él, siendo lógico que estuviese tras ella David Heyman, productor de
la saga Harry Potter, el otro gran referente literario infantil de Gran
Bretaña.
Con
un reparto correcto donde no falta el obligado toque de glamour para el papel
de villano (que en esta ocasión ha recaído sobre una poco esforzada pero
divertida Nicole Kidman), la historia no pretende ser nada del otro mundo, la
clásica historia de meteduras de pata divertidas y desastrosas que terminarán
por desquiciar al cabeza de familia, el toque emotivo con la búsqueda de un hogar para el desamparado osito, la moralina
final en pos de la confraternación familiar y una trama algo absurda donde la
Kidman ejerce de una sofisticada Cruella de Vil obsesionada con capturar y
disecar a Paddington.
Con
todo, la trama funciona correctamente, con momentos muy divertidos alternándose
con algún otro algo tópico y que recuerda demasiado a productos típicos de John
Hughes y Chris Columbus, pero sin llegar a aburrir en ningún momento, logrando
la ternura necesaria para esta especie de “peluche” que habla y con unos
efectos digitales brillantes que dan vida con gran efectividad al animalillo.
Pero lo que más hay que destacar de la película (y lo que me provocó una agradable
sorpresa) es el trabajo de su director, Paul King, apenas conocido a nivel
internacional, que otorga al film una pericia visual inédita en el cine
infantil y que recuerda por momentos al estilo de Wes Anderson, consiguiendo
una ambientación exquisita que saca el mejor partido posible a la ciudad de
Londres en general y al Museo de Ciencias Naturales en particular (muy por
encima que en la reciente Noche en el
Museo 3) y con una transición de planos y unas fusiones muy imaginativas y
espectaculares.
Así,
Paddington se convierte en una película
navideña (pese a su estreno tardío e España) entrañable y aplaudible tanto para
pequeños como mayores, con más cualidades de las que se podrían esperar de un
producto de estas características.
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