Dicen
los que entienden que La teoría del todo
es un biopic sobre el físico y cosmólogo Stephen Hawking, y como tal podemos suponer
que vamos a conocer gracias a la película la vida y milagros del famoso científico
condenado a una silla de ruedas y a una inmovilidad casi absoluta, obligado a
comunicarse a través de un ordenador.
Pese
a que la apuesta podría parecer de antemano sesuda y dura de digerir (y más cuando
se estrena precedida de diversas nominaciones a los Oscars, incluyendo los de película,
actor y actriz), lo cierto es que no es para tanto ya que no solo la enfermedad
degenerativa de Hawking sale muy edulcorada sino que no supone el centro de
atención de la historia, pese a que –como no podría ser de otra manera- está
presente en todo momento.
Y
es que La teoría del todo es,
básicamente, una comedia romántica.
Sí,
han leído bien. Una comedia romántica. Basada en la biografía que escribió la
propia Jane Hawking, La teoría del todo
trata de cómo Stephen y Jane se conocieron (cuando los únicos síntomas que
padecía él era un ligero temblor en la mano y una evidente torpeza) y se
enamoraron, y como la llama de ese amor logró mantenerse firme durante treinta
años, finalizando la película precisamente con el final del matrimonio.
Ya
desde el primer momento el director James March sienta las bases de su premisa
en la escena del baile universitario en el que Stephen y Jane tienen su primera
cita, un baile que si bien visualmente es espectacular no tiene ni un mínimo ápice
de realidad, con estereotipos románticos poco imaginativos (ellos riendo a bordo
de un tiovivo, por ejemplo) e imágenes tan hermosas como artificiales como los
fuegos artificiales que contemplan sin nadie alrededor o el romántico y
solitario puente sobre el que se besan por primera vez, digno de un bonito
cuento de hadas.
A
partir de ahí la historia transcurre con harmonía, sin demasiadas sorpresas,
dejando que el descubrimiento y el enfrentamiento de la enfermedad transcurra
en paralelo a la ascensión en el mundo científico de Hawking pero sin olvidar nunca
que de lo que realmente se trata es de explicar cómo Jane se enfrentó a un
matrimonio que (según las opiniones médicas) no debería haber durado más de dos
años, con la llegada de tres hijos y el rechazo a la posibilidad de un verdadero
amor en la persona de Jonathan Jones, músico y amigo de la familia.
Así,
la enfermedad del científico es tratada muy por encima, sin recrearse en la
dureza de sus cuidados y pareciendo que todo es hasta divertido (ese Hawking recorriendo
la casa con su silla de ruedas eléctrica jugando con sus hijos) ni pretende
tampoco que entendamos las teorías científicas que lo han hecho famoso. Y
gracias a eso, posiblemente, se puede distanciar la película del típico
telefilm de sobremesa que muchas veces terminan siendo estos biopics carentes
de alma ni sentimiento.
Quizá
la película no sirva para conocer al verdadero Stephen Hawking, pero sirve como
mínimo para acercarse con amabilidad y simpatía a su historia, y aunque no nos
invite a amarlo u odiarlo como persona (me parece demasiado jovial la
caracterización que se hace del mismo) si podemos al menos admirar tanto su
espíritu de superación como el de su entregada
esposa.
Para
redondear, los niveles interpretativos son de primera, con un Eddie Redmayne al
que esto de las biografías no le viene de nuevo pues ya protagonizó Mi semana con Marilyn, que hace una
asombrosa transformación física para mimetizarse en el físico teórico y una
Felicity Jones magnifica, rodeados por un puñado de excelentes actores, alguno
de ellos extrañamente poco aprovechados, como el caso de una casi anecdótica
Emily Watson.
Demasiado
blanda y edulcorada para llegar a ser una de las películas del año (lo del
Oscar creo que le viene grande, sinceramente), es una buena oportunidad para
disfrutar de un film agradable que provoca más sonrisas que lágrimas y que, al
fin, no es más que una historia de amor con fecha de caducidad.
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