domingo, 18 de enero de 2015

LA TEORÍA DEL TODO (7d10)

Dicen los que entienden que La teoría del todo es un biopic sobre el físico y cosmólogo Stephen Hawking, y como tal podemos suponer que vamos a conocer gracias a la película la vida y milagros del famoso científico condenado a una silla de ruedas y a una inmovilidad casi absoluta, obligado a comunicarse a través de un ordenador.
Pese a que la apuesta podría parecer de antemano sesuda y dura de digerir (y más cuando se estrena precedida de diversas nominaciones a los Oscars, incluyendo los de película, actor y actriz), lo cierto es que no es para tanto ya que no solo la enfermedad degenerativa de Hawking sale muy edulcorada sino que no supone el centro de atención de la historia, pese a que –como no podría ser de otra manera- está presente en todo momento.
Y es que La teoría del todo es, básicamente, una comedia romántica.
Sí, han leído bien. Una comedia romántica. Basada en la biografía que escribió la propia Jane Hawking, La teoría del todo trata de cómo Stephen y Jane se conocieron (cuando los únicos síntomas que padecía él era un ligero temblor en la mano y una evidente torpeza) y se enamoraron, y como la llama de ese amor logró mantenerse firme durante treinta años, finalizando la película precisamente con el final del matrimonio.
Ya desde el primer momento el director James March sienta las bases de su premisa en la escena del baile universitario en el que Stephen y Jane tienen su primera cita, un baile que si bien visualmente es espectacular no tiene ni un mínimo ápice de realidad, con estereotipos románticos poco imaginativos (ellos riendo a bordo de un tiovivo, por ejemplo) e imágenes tan hermosas como artificiales como los fuegos artificiales que contemplan sin nadie alrededor o el romántico y solitario puente sobre el que se besan por primera vez, digno de un bonito cuento de hadas.
A partir de ahí la historia transcurre con harmonía, sin demasiadas sorpresas, dejando que el descubrimiento y el enfrentamiento de la enfermedad transcurra en paralelo a la ascensión en el mundo científico de Hawking pero sin olvidar nunca que de lo que realmente se trata es de explicar cómo Jane se enfrentó a un matrimonio que (según las opiniones médicas) no debería haber durado más de dos años, con la llegada de tres hijos y el rechazo a la posibilidad de un verdadero amor en la persona de Jonathan Jones, músico y amigo de la familia.
Así, la enfermedad del científico es tratada muy por encima, sin recrearse en la dureza de sus cuidados y pareciendo que todo es hasta divertido (ese Hawking recorriendo la casa con su silla de ruedas eléctrica jugando con sus hijos) ni pretende tampoco que entendamos las teorías científicas que lo han hecho famoso. Y gracias a eso, posiblemente, se puede distanciar la película del típico telefilm de sobremesa que muchas veces terminan siendo estos biopics carentes de alma ni sentimiento.
Quizá la película no sirva para conocer al verdadero Stephen Hawking, pero sirve como mínimo para acercarse con amabilidad y simpatía a su historia, y aunque no nos invite a amarlo u odiarlo como persona (me parece demasiado jovial la caracterización que se hace del mismo) si podemos al menos admirar tanto su espíritu de superación como  el de su entregada esposa.
Para redondear, los niveles interpretativos son de primera, con un Eddie Redmayne al que esto de las biografías no le viene de nuevo pues ya protagonizó Mi semana con Marilyn, que hace una asombrosa transformación física para mimetizarse en el físico teórico y una Felicity Jones magnifica, rodeados por un puñado de excelentes actores, alguno de ellos extrañamente poco aprovechados, como el caso de una casi anecdótica Emily Watson.
Demasiado blanda y edulcorada para llegar a ser una de las películas del año (lo del Oscar creo que le viene grande, sinceramente), es una buena oportunidad para disfrutar de un film agradable que provoca más sonrisas que lágrimas y que, al fin, no es más que una historia de amor con fecha de caducidad.

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