Después
de Chicago y Nine, Rob Marshall parece querer especializarse definitivamente en
la adaptación al cine de exitosos musicales de Broadway, y este Into de Woods, con música y letra de Stephen
Sondheim es la última prueba de ellos.
Sin
embargo, hay una notable diferencia entre sus dos trabajos anteriores y este y
es que mientras que en aquellos los números musicales tenían un intencionado
toque de teatralidad, perteneciendo las canciones a momentos imaginarios o de
marcado toque surrealista, aquí deben integrarse perfectamente en la narración,
huyendo de vistosas coreografías e iluminaciones escénicas diferentes a las del
resto del film, y aquí es donde Marshall muestra sus mayores carencias como
director, consiguiendo que el ritmo narrativo se resienta por culpa de la
incorporación de canciones que lastran la historia y que están repartidas de
manera desigual, de forma que en algunos momentos climáticos casi hasta
desaparezcan de la ecuación.
Además,
una vez más nos encontramos con un buen ejemplo de lo complejo que es a veces
realizar una adaptación cinematográfica de algo creado para cualquier otro
medio (ya sea la novela, el comic o, como en este caso, el teatro) ya que los
tempos cinematográficos tienen unas normas propias que no pueden obviarse a la
ligera. Así, mientras en Broadway funcionaba correctamente la división de la
historia en dos partes bien diferenciadas, con un intermedio por en medio que
facilita incluso el cambio de estilo entre ambas, en cine se hace extraño que haya
un clímax a todas luces definitivo a mitad del film para, a continuación,
presentarnos una segunda mitad del metraje con un estilo muy diferente a los
visto hasta ahora.
Into the Woods es una amalgama de los principales cuentos clásicos
infantiles, tales como Caperucita Roja, Cenicienta, Jack y las habichuelas mágicas
y, en menor medida, Rapunzel, aunque toma prestados elementos de otras
historias. Un frondoso bosque es el nexo de unión entre todos ellos, con una
pareja de panaderos que para poder tener hijos reciben el encargo de una bruja
de conseguirle varios objetos de gran valor para ella como excusa argumental.
Una
vez más debo reseñar las diferencias entre cine y teatro, pues mientras allí
están sujetos a la dictadura del decorado aquí pueden permitirse regodearse en
todos los escenarios posibles. Por ello resulta extraña la imposición de tener
que conocer de antemano las historias originales (por mucho que se dé por hecho
que todo el mundo las conoce) ya que el guion de James Lapine (demasiado empeñado
en mantenerse milimétricamente fiel a su propio libreto escénico) y que provoca
que la mayoría de las aventuras de los protagonistas sucedan fuera de plano,
resultando forzado ver por tres veces a Cenicienta huir del Castillo del
príncipe cuando no nos muestran en ningún momento el interior de la fiesta, la
historia de Rapunzel no solo es contada con una leve pincelada sino que además
ni siquiera se resuelve satisfactoriamente y la gran amenaza de los gigantes
que alcanzan el reino no lo es tanto cuando no se nos permite ver a Jack en el
mundo que hay a lo alto de la planta de habichuelas. ¿Acaso algún directivo de
la Disney imaginó este Into the Woods
como una versión de cuento de Los
Vengadores, siendo recomendable para digerirla mejor haber visto antes la
versión animada de Rapunzel, el Jack, el caza gigantes de Bryan Singer,
y la inminente La Cenicienta de
Kenneth Brannagh (para Caperucita casi me da miedo tener que quedarme con la
versión de Catherine Hardwicke, ya que la magnífica obra de Neil Jordan se
aleja demasiado al clasicismo del resto)?
No
es la dirección de Marshall tan excesivamente teatral como lo fue Tom Hooper
con Los Miserables, aunque se le
acerca bastante, y su arranque tan disperso no nos prepara para el cambio de
estilo que se avecina, pasando de un edulcorado musical al más puro estilo
Disney (aunque afortunadamente se mantiene la mala leche y el humor negro de
alguna de las canciones) a una historia oscura y dramática que hace pensar que
la película habría resultado mucho más interesante de haber apostado desde el
principio por esa línea tan macarra y turbia que la hace crecer como película
aunque se intuye que algo pueda haberse suavizado al estar tras ella la
productora de las orejas.
Al
final, el resultado termina entreteniendo, consiguiendo incluso momentos muy
divertidos (me quedo con la canción en la que se analiza quién tiene la culpa
de todo lo sucedido) y un reparto bastante lujoso donde (vaya usted a saber por
qué) se ha resaltado a una multinominada para todo (como siempre) Meryl Streep
que aun haciéndolo bien me parece casi una imitación gestual y de miradas al
excentricismo de Johnny Deep, mientras que el publicitado Deep hace apenas un
papelito de esos de “pasaba por ahí”.
Debo
terminar recomendándola, pues sentí en el cine como iba de menos a más y una
vez aceptada la división de dos almas diferentes en el argumento pasé un rato
francamente agradable, pero hay demasiadas objeciones para poder aplaudirla
como me gustaría, advirtiendo también que quien más desconcertado se pueda
sentir en la sala es un público potencialmente infantil que se van a encontrar
con una historia final con mucho drama, muertes, infidelidades, abandonos
familiares, asesinatos y secretos no desvelados que en ningún momento buscan
una moraleja educativa, sino un análisis supuestamente corrosivo y cruel (aunque
se queda algo corto) de la sociedad.
Me
temo que, al final, los árboles no nos permiten ver el bosque. No tan bien como
deberíamos, al menos.
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