En
estos tiempos convulsos de desconfianza hacia las más altas esferas (y como
muestra baste recordar la polémica creada en Cataluña con el documental Ciutat Morta o las suspicacias que ha
provocado en Argentina la muerte de Alberto Nisman) es imposible encontrar más
actual una película que relata de manera muy explicativa la investigación de un
joven e idealista fiscal alemán que propició el mayor juicio de la historia de
la República Federal Alemana por los terribles crímenes de muchos nazis que,
finalizada la guerra, vivían tranquilos en el anonimato en una sociedad en
reconstrucción ignorante de los horrores que sus propios padres acometieron.
En
este sentido, resulta muy interesante la película no sólo por conocer la figura
del fiscal Johann Radmann sino por comprobar lo ajenos que eran los germanos de
las atrocidades que se cometieron en nombre de su bandera, convencidos de que
las historias sobre los Campos de Concentración eran exageraciones inventadas
por los aliados para aumentar la gloria de la victoria mientras que muchos de
los componentes de las altas esferas parecen muy interesados en obstaculizar
las investigaciones, bien porque ellos mismos pertenecieran al partido nacionalsocialista,
bien por no querer reabrir las heridas de la guerra.
Sin
embargo, pese a los esfuerzos del joven Alexander Fehling (cuya mayor aventura
internacional fue su participación en Malditos
Bastardos), la película no pasa de ahí, de ofrecer un interesante documento
histórico que, más allá de su valor didáctico, poco aporta a la historia del
cine, presentando una historia demasiado plana y complaciente que pese a querer
imitar claramente el estilo de los thrillers judiciales americanos (incluso el
protagonista parece una combinación entre el físico de Matthew McConaughey y el
porte de Tom Cruise mientras que la dama del film es casi un calco de Keira
Knightley) tiene el hándicap de ir siempre un paso por detrás del espectador,
lo cual dificulta la buscada empatía con el ciudadano alemán de postguerra. Y
es que por mucho que los protagonistas se asombren y escandalicen al descubrir
los horrores que ocultaban las alambradas de Austwitch (increíble me parece que
en 1954 ni siquiera hubiesen oído hablar del susodicho campo) cualquier
espectador de a pie conoce de antemano los secretos que los protagonistas van a
descubrir.
Con
todo, resulta de elogio que la cinematografía alemana se mire a sí misma y no
pretenda esconder las cicatrices de su pasado más reciente, descubriéndonos
que, a pie de calle, el alemán común no es para nada un racista psicópata, sino
seres humanos tan respetables como cualquiera ignorantes de los que un demente
llamado Hitler había llegado a provocar, mientras que por otro lado pocos
germanos habían libres de pecado tan solo una generación antes.
Ya
conocemos de sobras los secretos que salieron a la luz, pero no está de más
saber cómo se lograron destapar.
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