Hace
ya cuatro años Seth Gordon, directos básicamente dedicado a las comedias de
televisión, consiguió un razonable taquillazo con la gamberra comedia Como acabar con tu jefe, en la que tres
empleados machacados continuamente por sus respectivos jefes tramaban un
descabellado plan para liquidarlos.
Pese
a lo divertida que pudiera ser, la clave del éxito habría que buscarla, sobre
todo, en su atractivo reparto y claro, en Hollywood el refrán popular que reza:
cuando una cosa funciona, ¿para qué cambiarla? suele llevarse a rajatabla. Así,
con el director como único cambio de cromos, se estrena la secuela de aquel
simpático éxito que repite casting y esquema con eficacia.
De
esta manera, nos volvemos a encontrar con Jason Bateman, Jason Sudeikis y Charlie
Day repitiendo como el patoso trío de amigos que se ven abocados a la vía
delictiva para solucionar sus problemas laborales. Y eso que esta vez parecían
haber dado con la solución perfecta: ser sus propios jefes. Pero la cosa, por
descontado, no podía salir bien, y cuando son estafados y quedan en la ruina
sólo se les ocurre secuestrar al hijo del empresario que los ha hundido en la
miseria para resarcirse. Las cosas, claro está, no saldrán según lo previsto y
los disparates se van a suceder uno detrás de otro.
Pese
a la premisa argumental que parte del pretexto completamente antagónico de la
primera entrega (de ahí que en el título en español se sustituya la palabra “con”
por “sin”), la fórmula se copia de forma tan milimétrica que repiten los mismos
secundarios: Jennifer Alliston, Kevin Spacey y Jamie Foxx, sustituyendo a los
difuntos (en la ficción) Donald Sutherland y Colin Farrell por Christoph Waltz
y Chris Pine, que para que nadie note mucha diferencia también interpretan a un
padre y un hijo.
La
silla de dirección, en esta ocasión, la ocupa
Sean Anders, prolífico guionista de comedias en los últimos años pero de
escasa repercusión hasta ahora como director. Da lo mismo. Igual podían haber
dejado el puesto vacante. La película es de esas que se filman con el piloto
automático puesto, en el que los actores se han hecho ya a los personajes y los
desarrollan con una sana sensación de colegueo, contando con la simpatía de un
público que tiene que ser fan de la primera película para que esta les funcione
y dejando la necesidad de arriesgar para otra ocasión.
Si
uno es poco exigente y acepta la premisa la película funciona bien, siendo en algunos
momentos incluso más divertida que la primera. Y de eso se trata, de pasárselo
bien sin buscar segundas lecturas, moralejas complejas ni diálogos
excesivamente brillantes. Es, ni más ni menos, un culto a la estupidez. Y como
tal, provoca las suficientes risas como para merecer su aprobado.
No
es una genialidad. Ni lo pretende ni la mayoría de sus participantes aspiraría
nunca a nada semejante, pero consigue una complicidad que hace que nos sintamos
como uno más del grupo, dejándonos incluso con ganas de ver qué tontería se les
ocurre para la tercera entrega.
A
veces es sano ir al cine a reírse un rato sin más. Y esa es una de esas veces.
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