Quedé
tan gratamente sorprendido tras ver Frío
en Julio en el pasado festival de Stiges que me ilusionó saber que iba a
tener distribución en España y que iba a poder verla de nuevo en cines, reservándome
un comentario sobre la misma más amplio cuando la hubiese recuperado en su
versión doblada. Como es lógico, lo único doblado es cómo me la ha metido de
nuevo la distribuidora en cuestión que no ha creído para nada en el film y lo
ha maltratado (y van…) de mala manera invitando (obligando) a recurrir una vez
más al “cine privado” de mi casa para poderla ver de nuevo. Empieza bien el año…
El
caso es que la última película de Jim Mickle (un director al que no había
seguido la pista y cuyos títulos más destacados son Somos lo que somos y una cosa llamada Vampiros del hampa) es una curiosa mezcla de géneros bastante difícil
de definir y que atrapa a espectador por cuestiones que van más allá de la
simple lógica. Y es que pese a su interesante reparto (qué fácil es caer en el
tópico de definirla como la peli de Dexter y “Sonny” Crockett) el guion de la
película no es precisamente redondo, los diálogos carecen del brío suficiente y
la dirección es interesante pero ligeramente austera. ¿Qué es, pues, lo que me
ha interesado del film?
Imagino
que todo se reduce a su planteamiento, a los giros que da la historia (no tanto
argumentales sino de género) que te descoloca en varios momentos y hacen que el
ritmo de la misma vaya de menos a más.
Todo
comienza cuando Richard Dane (Michael C. Hall), un tipo más bien pasmarote, descubre
que ha entrado un ladrón en su casa y, preocupado por la seguridad de su mujer
y su hijo, lo termina matando. Esto deriva en una especie de drama intimista
sobre las repercusiones de su acto, su carga de conciencia, la brecha que puede
causar en su matrimonio y la paranoia que le crea la falta de seguridad en el
hogar. Hasta que llega el primer giro de guion y aparece en escena Russel (San
Shepard), el padre del fallecido, con oscuras intenciones. Ahora nos
encontramos ante un thriller tramposo sobre psicópatas acosadores con cierto
tufillo a telefilm de sobremesa. Pero hete aquí que el bueno de Dane descubre
que lo han estado engañando, y que el muerto no es quien la poli le ha dicho
que es. Segundo giro de guion y nueva transformación de la película, que apenas
está comenzando, y empieza a mostrarnos ya sus verdaderas cartas. Entra en
escena la tercera pata del banco: Jim bob, un Don Johnson en estado de gracia
que, como suele suceder con este icono de los 80, se merienda la pantalla en
cada aparición y revoluciona el film dándole una nueva apariencia. A partir de
ahora todo cambia: la historia, el ritmo… incluso la iluminación y el color
parecen obra de otro director.
Lo
que empezaba como una metáfora sobre el miedo y la inseguridad se ha
transformado en una historia de descubrimiento y venganza, repleta de violencia
en sus momentos finales que si no llega a tornarse cómica (la historia de las
chicas de fondo es demasiado truculenta para ello, no daré más detalles) si
roza un punto de exageración que provocó los aplausos y vítores durante el
festival demostrando que es un tipo de
película perfecta (aunque no lo sepamos hasta la mitad de su metraje) para
tales eventos.
Al
final, el resultado es sumamente satisfactorio, siendo su mejor virtud ese
camino retorcido por el que nos ha conducido sin saber qué nos íbamos a
encontrar tras cada curva y que nos seduce, sobre todo, gracias a la
complicidad del trío protagonista. Con cierto aroma al cine de John Carpenter,
Mickle consigue contagiarnos una atmosfera que se podría definir como una
mezcla entre el Pulp Fiction de la América
profunda con el encanto del cine indie,
que junto con su ambientación vetusta (está ambientada en 1989), logra atrapar
al espectador y sumergirlo en la historia poco convencional pero, finalmente,
menos tramposa de lo que pudiera parecer.
Una
interesante película que sin duda merecía más suerte en su distribución y que
muestra en una escena el interior de un gigantesco videoclub (verdadero
dinosaurio extinto de esta generación) como metáfora del futuro de este tipo de
films que, afortunadamente (a veces hay justicia en el mundo) ha tenido una
gran resonancia en el formato VOD (video of demand).
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