En
1974 James Caan protagonizó la película El
jugador (The gambler) sobre un profesor de literatura adicto al juego. La
actual película de Rupert Wyatt (director de El origen del Planeta de los Simios) es un remake de aquella (de
ahí que en el título en español se haya añadido el año: con lo que les gusta lo
de traducir mal los títulos y aquí no han sido capaces de buscar una fórmula un
poco más original…) pero con sutiles diferencias.
La
obra de Karel Reisz nació con la sana intención de ser una especie de documental
que en su paso a largometraje se convirtió en una metáfora de la época crítica
y decadente en la que estaba sumergida por aquel entonces los Estados Unidos. El
descenso a los infiernos de Caan era el descenso de todo un país, de una
sociedad demasiado acostumbrada a caminar en el alambre, a vivir al límite sin
pararse a pensar en las consecuencias.
Wyatt
no ha pretendido ir tan lejos, desdibujando incluso a la ciudad de Los Angeles
que un borroso telón de fondo por el que corretea el protagonista Jim Bennet
(en esta ocasión interpretado por Mark Wahlberg), un profesor de literatura con
alguna novela de éxito en su haber y de ascendencia acomodada que podría
tenerlo todo en la vida si no fuera por su adicción al riesgo (más que al
juego). Bennett contrae deudas con los tipos más peligrosos del circuito, pero
la única respuesta que halla para salir del agujero es apostando todavía más,
entrando voluntariamente en una espiral de autodestrucción suicida que lo
alejará de todo y de todos.
Wyatt
no arriesga tanto como hiciera su colega también británico hace ya treinta
años, rehuyendo del retrato frío y acusador de las salas de juego y casinos
como simples mercantes de almas. Aquí no son los locales de dudosa legalidad
los malos de la película, ni los abusivos prestamistas que se aprovechan de las
debilidades de su cliente. Aquí la víctima y el villano son la misma persona,
un Bennett de atractivo magnetismo en algunos momentos y despreciable
indiferencia en otros, en una interpretación algo más esforzada de lo habitual
tratándose de Wahlberg, que logra encontrar el punto justo de cinismo con que
sazonar su patética conducta.
A
su alrededor, orbitando a su antojo como simples marionetas, Jessica Lange,
John Goorman y Michael Kenneth Williams dejan huella con su presencia
imponente, mientras que la joven Brie Larson aporte el punto de candidez que
invita a ver un rayo de esperanza en la oscuridad que rodea a Bennet.
Filmada
con cierto deje videoclipero y dividida por una especie de capítulos
correspondientes a los diez días que transcurren desde que Bennet recibe un ultimátum
de sus acreedores al arranque del film, Wyatt carece de la fuerza suficiente
para mantener la tensión argumental en todo momento, estando a punto de decaer
la acción en varias secuencias (hay algunas escenas que invitan a pensar en un
inminente clímax que luego quedan en nada), aunque el camino de incierto final
que recorre el protagonista es suficientemente destructivo como mantener un
cierto punto de interés que, posiblemente, se echaría al traste en segundos
visionados o reflexiones más profundas.
Si
la única intención de Wyatt es la de proponer un film de suspense que nos
invite a pasarlo mal con las dudosas elecciones de su protagonista, la cosa le
sale más o menos bien. Si a lo que aspira, sin embargo, es –como en la obra del
74- a aleccionar y retratar un mundo de caos y miseria fracasa, perdiéndose a
menudo en diatribas algo pedantes del ilustrado profesor.
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