miércoles, 21 de enero de 2015

LA SEÑORITA JULIA (5d10)

Tras haber sido musa de Ingmar Bergman, Liv Ullman tiene una incipiente pero leve carrera como directora (su anterior película, Infiel, data del 2000), estrenando ahora su última película hasta la fecha (y sin proyectos conocidos) en la que ella misma adapta la obra teatral de August Strindberg.
Extremadamente fiel a la obra original, La señorita Julia es una apasionado alegato sobre la lucha de clases, el domino del hombre sobre la mujer (hablamos de 1890) y de la sumisión y el respeto alrededor de un poder superior que aun sin aparecer en toda la obra tiene presencia física en forma de unas botas o un puñado de billetes.
La señorita Julia es la hija de un aristócrata irlandés, afectada aún por la muerte, años atrás, de su madre, consentida y caprichosa, que en la noche de San Juan se propone seducir, sin fines muy concretos, a uno de sus sirvientes, John, sin importarle que esté emparejado con la cocinera de la casa.
Pese a recurrir a algunos exteriores y recorrer brevemente varias estancias de la casa (sobre todo en un breve prólogo donde vemos a la Julia niña), la acción se sitúa básicamente en la cocina de la mansión. Esto, y la presencia de tres únicos actores (más la mencionada y anecdótica niña) dan una clara idea de por dónde van los tiros. Y es que pese a una intensa interpretación de los tres protagonistas (sorprende especialmente un Colin Farrell al que no creía dotado para tales embistes, aunque es Jessica Chastain la que mejor logra sacar a relucir la desdoblada personalidad de Julia), una puesta en escena impecable y con algunos planos muy bellos y casi fotográficos (aunque, eso sí, alguien debería explicar a la directora la diferencia entre el día y la noche), la realización de Ullman es exageradamente teatral. Los actores caminan por la cocina como por un escenario, forzando las entradas y salidas y dando una sensación de irrealidad que da al traste con todo el realismo de los decorados. Además, el texto, que bien podría resultar muy adecuado para la escena, es artificioso para una película, no llegando a comprender en ningún momento hacia donde pretenden ir los personajes, siendo imposible por lo tanto comprenderlos y mucho menos aceptarlos. Julia, al menos, se puede excusar en esa especie de locura que la arroja a su cruel desenlace, pero sigo sin ver claras las intenciones de John y Katherine (la cocinera, correcta Samantha Morton), siendo incapaz de decidirme si John actúa movido por su amor, por su codicia, por miedo o por las tres cosas a la vez, resultando tan enfermo como su señora.
Al final, uno se limita a quedarse embobado con unos discursos perfectamente ejecutados por tres actores en estado de gracia sin que le importe mucho los constantes cambios de rumbo de las situaciones, dejándose llevar sin más en espera de un desenlace que se hace de rogar demasiado.
Tan apasionada y enfermiza como distante y confusa, Ullman busca una conjugación entre sátira social y poesía con toques de lujuria apasionada que se le va delas manos. Podría haber conseguido una excelente película. Al final se queda en una obra de teatro filmada. Muy bien filmada, de acuerdo, pero teatro al fin y al cabo.
El concepto adaptación es inexistente. Y eso desmorona el resultado final.

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