Últimamente
estoy contemplado con cierto asombro como cada vez que se estrena una película
francesa (si es comedia, mejor) el póster advierte que esta ha sido número uno
en taquilla y ha arrasado en toda Europa. No voy a poner en tela de juicio
semejante afirmación (hoy en día es muy fácil conocer los datos de taquilla de
una película) pero empiezo a estar ya un poco cansado de que siempre me vendan
la misma historia. Algo parecido me pasa con las películas de terror de bajo
presupuesto americanas. Todas son número uno en su país. Luego, pasadas unas
semanas, nadie recuerda haberlas visto…
Ahora,
tras la que se suponía era la película de más éxito del año en Francia, Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? nos llega
una nueva comedia gala que presume más o menos de lo mismo: Se nos fue de las manos. Y no voy a
negar sus virtudes, ya que como en el caso anterior se trata de una obra
divertida y muy amena, pero que si debe representar lo mejor de la filmografía
de su país, apañados vamos…
Sin
la más mínima intención de arriesgar un ápice, Se nos fue de las manos rasca de todos los palos posibles en busca
de conseguir sin éxito una identidad propia. Como no podía ser de otra manera,
siendo una comedia francesa, tenemos un grupo de amigos políticamente correctos
(no puede faltar el personaje de tendencia islámica, aunque también aquí muy moderado),
el entorno lujoso y aristocrático (¿quién dijo que había crisis?) y, como quien
no quiere la cosa, un tufillo para nada disimulado a la americana Resacón en Las Vegas, incluyendo, aunque
con matices, el estilo narrativo, aunque con toques (por lo de la cámara en
mano de gran parte del metraje) a Proyecto X.
El
día del 30 cumpleaños de Frank, cuando sus amigos le habían preparado un
fiestón por todo lo alto, su jefe le obliga a quedarse en su casa cuidando a su
hijo de doce años para poder ir a una gala con su mujer que les fuerza a pasar
la noche fuera. Cuando por la mañana la policía les llama para que vuelvan a
casa, el matrimonio se encontrará la mansión en un estado lamentable y al hijo
desaparecido, y sólo la filmación de una cámara de video les dará una idea de
lo que ha pasado allí esa última noche.
Con
pretensiones gamberras y algo de humor negro (personalmente la escena del
pájaro no la encuentro para nada graciosa, pero bueno), el protagonista Philippe
Lacheau (por cierto, codirector de la obra) trata de copiar todos los matices de su alter ego Bradley Cooper,
repitiendo el estigma de chico responsable superado por la situación y que
termina dejándose llevar. El guion, con celebrados momentos de desmadre,
contiene situaciones francamente divertidas, apoyándose básicamente en el
carisma que puedan desprender los protagonistas (básicamente los tres amigos –aunque
uno está casi todo el film parapetado al otro lado de la cámara-, una chica y
Rémi, el hijo de marras), aunque el verdadero punto cómico lo pone con buen critério el torpe policía que interpreta Philippe Duquesne, pero las situaciones hilarantes y desfasadas de la
inevitable fiesta se terminan diluyendo en un final previsible y exageradamente
edulcorado que nos remite a un telefilm Disney sobre la falta de atención de un
padre hacia su hijo. Quizá sea imprescindible un final feliz para coronar esta
historia, pero que los tres frentes abiertos (la relación padre-hijo, las
pretensiones románticas de Frank y sus aspiraciones laborales) se solucionen de
manera tan redonda quita gracia a un argumento que merecería un final más
macarra.
Al
final, todos quedan contentos, como en un cuento excesivamente familiar, pero
la moralina tampoco termina de ser efectiva cuando no hay unas verdaderas
consecuencias al desmesurado desmadre que se produce a lo largo del metraje.
En
definitiva, como en la mayoría de films de este estilo, nos encontramos ante
una comedia simpática y que nos invita a pasar un buen rato, pero que ni merece
el exagerado rendimiento en taquilla ni será recordada pasados unos meses.
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