En
2004 el actual maestro del cine de terror (y tal y como andan las cosas con Liga de la justicia, quizá la última
esperanza de Warner para que su DCEU no naufrague definitivamente) James Wan
era un desconocido que llamó la atención de todos con Saw, una película que, pese a tener más elementos de thriller policiaco
que de terror, logro angustiar a miles de espectadores con una puesta en escena
retorcida y enfermiza y que sentó cátedra en el género de principio de siglo (aunque
luego esa cátedra cambiaría hacia un terror más clásico precisamente por su
misma mano). La película presentaba un nuevo icono del terror, Jigsaw
(traducido por estas tierras como Puzle), un enfermo terminal que decidía
dedicar sus últimos días a ser una especie de justiciero moral que propondría a
sus víctimas a una serie de juegos mortales que purificaran sus almas.
Con
un esperpéntico muñeco de rostro blanco y triciclo rojo como mascota, el
personaje dio suficiente juego como para continuar asesinando durante seis
películas más, pese a que el personaje muriese a lo largo de la tercera
entrega.
El
invento funcionó más o menos bien, gracias sobre todo a su formato de serial
(una película continuaba directamente de la anterior, siendo imprescindible no
solo haber visto la antecedente sino tenerla además bien fresca en la memoria),
hasta que en 2010 dieron el carpetazo aparentemente definitivo a los asesinatos
de John Kramer y sus discípulos.
Durante
la preproducción de este Saw VIII se
jugó al despiste sobre si se iba a tratar de un remake o reboot de la saga,
pero finalmente se optó por la secuela. ¿Tiene sentido recuperar un personaje
después de tanto tiempo, con un salto generacional (recordemos que este tipo de
films hacen dinero básicamente a costa de adolescentes) por medio? Pues
personalmente creo que no. Me parece bien mantener la continuidad de la
historia y no volver a empezar de cero (para ello mejor inventar personajes
nuevos), pero sí me resultaba necesario algún tipo de innovación, un cambio de
rumbo que aportara frescura a la historia y que, aún manteniendo el recuerdo
del Jigsaw original, no estuviese atada a siete películas anteriores.
Sin
embargo, el equipo encabezado por Wan (que se ha mantenido en todo momento en
tareas de producción) han querido ser fieles a los fans de la saga (si es que
eso existe) y continuar tal y como lo dejaron, respetando el salto temporal,
pero buscando ser tan solo un capítulo más en los recovecos de estos juegos
caprichosos (y en ocasiones demasiado tramposos, hay que reconocerlo). Algo ha
cambiado, eso sí, y hay un poco más de humor, al igual que la trama policial
parece tener más importancia que la escabrosa, quizá conscientes de que hoy en día
no es fácil escandalizar con el simple truco de mostrar mucha sangre (hay
posiblemente más amputaciones y escenas gore en Hasta el último hombre que en esta entrega de Saw).
Como
es de rigor, la película se sustenta de un montón de caras desconocidas como
carnaza, con las excepciones de Tobin Bell, recuperando su mítico rol, o Laura
Vandervoolt, que tras haber sido la Supergirl de Smallville y una lagarta invasora en el frustrado remake de V debe estar en sus horas más bajas. Un
simple puñado de presuntas víctimas del asesino del puzle para dar salsa a una
película que no decepcionará a los que disfrutaron con las anteriores
películas, pero que tampoco aporta nada nuevo y que confirma lo que ya se
sospechaba a partir de la sexta entrega, que el chicle se está estirando
demasiado.
Pero
claro, si uno sabe lo que viene a ver y lo que se puede esperar de ella, tampoco
se puede decir que engañe, y en esa extraña y particular liga en la que juega,
lo cierto es que funciona con corrección y efectividad.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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