Rodada
antes de La piel fría, The Crucifixion supone el retorno
definitivo de Xavier Gens al cine de terror después de aquella fallida Hitman. Para ello se basa, ¿cómo no?, en
una historia real sobre posesiones demoníacas y exorcismos varios.
Para
no perder la costumbre, el protagonismo cae en alguien escéptico que, a fuerza
de darse sustos que solo consiguen transmitirse al espectador mediante las
obligadas subidas de volumen, termina creyendo. Este es solo el primero de los
muchos tópicos de una película que da la sensación de haberse visto ya mil
veces.
Con
todo, Gens hace un buen trabajo artístico, y la película está impecablemente
filmada. No puedo ponerle ningún, pero al aspecto técnico de la misma, ni me
llega a molestar lo suficiente el trabajo de Sophie Cookson (aunque me gustó
más como secundaria en Kingsman y su
secuela), protagonista absoluta de la trama. El problema está en la
imposibilidad de creerse nada de lo que sucede en pantalla.
No
voy a entrar a valorar aquí la veracidad de los hechos expuestos, eso queda
para un debate sobre teología/satanismo que no corresponde a este blog. El
problema no lo tengo con los “demonios” que puedan pulular por ahí. Lo que no
me llego a creer en ningún momento es a los protagonistas vivos, a esa joven
periodista que se cuela por donde le da la gana cual Lois Lane de baratillo, a
ese cura “modernete y molón”, a esa familia reservada y arisca que de golpe
parecen los mejores amigos de la prota…
Nada
de lo que sucede en la película corresponde a una coherencia narrativa que
pueda llegar a transmitir algo al espectador, por lo que el resultado final, a
habidas cuentas de que no se trata de ninguna propuesta novedosa, termina por
aburrir. Podría ser, incluso, que, en la primera parte de la película, donde
los sustos brillan por su ausencia, un par de diálogos alrededor de la fe y la iglesia
resulten más interesantes que la propia sobre la investigación tras un
exorcismo, algo que se hacía de manera mucho más interesante, por ejemplo, en El exorcismo de Emily Rose.
Personajes
ridículos y torpes siempre en función de la historia en un film donde lo mejor
resultan los magníficos paisajes de Rumanía y sus míticos monasterios. Los
sustos, al final, son lo de menos.
Valoración:
Cuatro sobre diez.
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