Seguramente Frankenstein de Mary Shelley era su apuesta por el cine más
taquillero y, pese a que la considero una grandísima película, no llegó a
cuajar, dando pie a una etapa de ligera decadencia (aunque todavía no he visto
una película suya que se pueda definir como mala) tras la que ha tenido que
buscar en el cine más comercial para poder salir a flote. Los millones amasados
por Thor (para mí, y con permiso del
señor Waitiki, la mejor de la saga con diferencia) y Cenicienta lo han reconciliado con las productoras (olvidados
quedan sus experimentos con Como gustéis
o La flauta mágica) permitiéndole acceder
a una película como esta, que le permite regresar a su estilo mças personal sin
alejarse de la comercialidad.
Por
eso, es posible que con Asesinato en el Orient Express haya dado por fin con la tecla correcta, aunando su elegante
puesta en escena, su pasión por adaptar y modernizar clásicos literarios y la
necesidad de triunfar en taquilla. Tanto es así que ya está en marcha la
secuela de esta película (aunque sería más correcto decir la nueva aventura de
Poirot), con lo que podríamos estar ante el inicio de una nueva saga
cinematográfica.
Agatha
Christie ha sido numerosas veces adaptada en la gran pantalla, aunque pocas
veces con éxito. Sin embargo, una de esas raras ocasiones fue, de la mano de
sidney Lumet, la obra que ahora nos ocupa, con lo que el riesgo acometido por
Branagh es doble.
Por
eso, y porque, aunque el fondo sea el mismo las formas son totalmente opuestas,
convendría olvidarse de esa gran película y no querer jugar a las
comparaciones. Este Asesinato en el
Orient Express no es un remake de aquel, sino otra adaptación independiente
de la novela, y así debe ser considerado.
Es
por ello que Branagh se ha esforzado por modernizar el relato, no cambiando la
época imaginada por la escritora (ya jugó a eso con Hamlet), pero sí dotando a la historia de un toque humorístico,
casi de vodevil, y convirtiendo al protagonista en un héroe de inteligencia
inaudita más cercano al Sherlock de
Benedict Cumberbatch que al Poirot de
David Suchet. Es decir, se amolda a las convicciones de los blockbusters modernos,
pero consiguiendo que ni el humor caiga en el ridículo ni el histrionismo de
algunos personajes se hagan pesados.
Como
poderoso reclamo, la película cuenta con un excelente reparto, aunque quien se
lleva la mayor gloria es el propio Branagh interpretando a un Poirot de
ridículo bigote y suprema astucia, un personaje que podría resultar pedante y
cansino pero que logra manejar con habilidad para que sea en realidad el héroe
al que recurrir en caso de necesidad. En este sentido, el irlandés cumple con
creces como interprete tal y como ya lo hacia como director. Junto a él, un
surtido de estrellas resplandecientes con un aura tan magnético que brillan con
intensidad sin necesidad (ni tiempo) para esforzarse demasiado: Daisy Rydley,
Michelle Pfeiffer, Johnny Deep, Josh Gad, Derek Jacobi, Penelope Cruz, Judi
Dench, Willem Dafoe, etc.
Pocos
autores hay como Branagh (contribuye también en el guion) que se muevan como
pez en el agua en una adaptación literaria, y aquí consigue superar la frontera
que separa ambos medios para conseguir una película dinámica, intrigante y
divertida, con el espectáculo visual que los paisajes nevados le ofrecen y
moviendo a su antojo la cámara por entre los vagones del famoso tren de manera
anda caprichosa.
Se
podría pensar que los relatos de Agatha Christie han quedado un poco desfasados
en pleno siglo XXI, pero esta película demuestra que no. Tanto, que es disfrutable incluso conociendo
de antemano su final (que se supone que es donde está la gracia de los escritos
de la Christie), ya que una historia tantes veces llevada al cine o al teatro
es difícil que mantenga su misterio. Y ya se me ponen los dientes largos
esperando la llegada de esa teórica Muerte
en el Nilo.
Por
una vez, este Hercules Poirot (Hercule, perdón) mola tanto o más que el
Sherlock Holmes televisivo o GuyRichiano. ¿O no es verdad?
Valoración:
Ocho sobre diez.
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