La
nueva película de Nacho G. Velilla demuestra, ya de entrada, que tras Fuera de carta y Que se mueran los feos, el director zaragozano mejora en cada
trabajo, resultando su última obra la
más redonda de todas las rodadas hasta la fecha.
Esto
no significa, sin embargo, que Perdiendo
en norte sea una película perfecta, desde luego. En realidad, queda lejos
de estarlo, ya que aunque resulta simpática y fresca y contiene algún buen
momento de humor no alcanza a ser tan divertida como la comedia que se le
supone que es, mientras que los momentos dramáticos, que los tiene también,
carecen de la fuerza suficiente para emocionar como es debido.
Ello
se debe, en gran parte, a las debilidades de un guion que apuesta por lo seguro
en todo momento, sin ninguna pretensión por arriesgar o innovar lo más mínimo,
dando la sensación de que pese a que la película funcione perfectamente bien no
es más que un refrito de cosas vistas anteriormente.
Nacida
como actualización sin complejos del clásico patrio Vente a Alemania, Pepe, de Pedro Lazaga y de la que no por
casualidad se recupera al gran José Sacristán, Perdiendo el norte funciona como triste demostración de lo poco que
han cambiado las cosas en nuestro país, mostrándonos la historia de dos jóvenes
que pese a estar sobradamente preparados para tener éxito en el mundo laboral
deciden ir a ganarse las habichuelas a Alemania atraídos por los cantos de
sirena de un programa de televisión, en vista de que en España las cosas no
pintan demasiado bien, ya sea por culpa de la crisis o de la corrupción.
Hay
aquí un primer amago (centrado básicamente en los propios títulos de crédito)
de hacer una denuncia social sobre la situación de nuestro país que termina
diluyéndose cuando nuestros protagonistas llegan al país germano donde
descubren que no es oro todo lo que reluce y sus aspiraciones laborales se van
difuminando en pos de otros derroteros, hasta que la película termina tomando
dos caminos diferentes siguiendo el curso de los dos protagonistas, la comedia
romántica protagonizada por Yon González y Blanca Suarez y la comedia de
situación y enredo en la que tan bien se desenvuelve Julián López y dónde forma
un curioso triángulo con Malena Alterio y Younes Bachir.
Como
ya he dicho, Velilla toma ideas prestadas de mil y un referentes, desde el
arranque que rememora el principio de El
lobo de Wall Street o el recuerdo a
films más o menos recientes de temática muy pareja como Un franco, catorce pesetas o La
vida inesperada, permitiendo, quizá por culpa de su experiencia en sitcoms
televisivas, que la historia se le vaya de las manos, perdiéndose el mensaje
que pueda querer transmitir para terminar demasiado plano y previsible, lo cual
no es necesariamente malo, aunque inevitablemente deja sensación de oportunidad
desaprovechada.
Velilla
rodea a sus protagonistas con secundarios de lujo (y amiguetes suyos) como
Javier Cámara, Carmen Machi o Úrsula Corberó, aunque quizá quien roba las
mejores escenas es Miki Esparbé, el personaje más puramente cómico de la
función.
Al
final, Perdiendo el Norte es
agradable y entretenida, más floja de lo deseable y demasiado complaciente,
dejando incluso alguna historia algo en el aire, pero a la que se le puede
perdonar en pos a sus buenas intenciones y su simpático desarrollo.
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