Nueve
años han pasado desde que Paul Haggis ganase el Oscar gracias a Crash y en ese tiempo apenas ha dirigido
un par de películas bastante intrascendentes hasta llegar a esta En tercera persona que, por cierto,
llevaba acumulando polvo en el cajón de la distribuidora desde el 2013.
Como queriendo recuperar el esplendor perdido, Haggis repite el mismo esquema que en Crash, creando una trama coral con historias aparentemente sin relación entre ellas que terminarán confluyendo para dar sentido al conjunto y amparándose en un interesante –aunque en ocasiones desaprovechado- reparto.
Como queriendo recuperar el esplendor perdido, Haggis repite el mismo esquema que en Crash, creando una trama coral con historias aparentemente sin relación entre ellas que terminarán confluyendo para dar sentido al conjunto y amparándose en un interesante –aunque en ocasiones desaprovechado- reparto.
En tercera persona es una película correctamente dirigida. Haggis sabe dónde
poner la cámara en cada momento, imprime el ritmo adecuado a la acción (aunque
quizá se exceda en la duración final) y consigue dar forma a su puzle mediante
un montaje dinámico y efectivo que por momentos me recuerda (pese a no tener
nada que ver ni argumental ni visualmente) al Atlas de las nubes de los Wachowski.
Sin
embargo, algo falla en esta ambiciosa metáfora sobre el proceso de la
creación que pretende abordar diversos
puntos de vista de las relaciones humanas sin que en ningún momento llegue a
tocar la tecla justa. Haggis, más reconocido como guionista que como director,
patina en la escritura de un libreto que resulta demasiado previsible (hay un “truco”
final que yo intuí casi desde el primer minuto de la película) y cuyas
subtramas resultan por momentos poco creíbles e inconsistentes.
Michael
(Liam Neeson) es un escritor de éxito en pleno bloqueo creativo que ha
abandonado a su mujer (Kim Basinger) por una novelista mucho más joven, Anna (Olivia
Wilde) con la que mantiene un juego de poder en su retiro en París mientras
intenta buscar la inspiración para su nueva novela. Julia (Mila Kunis) es una
joven desequilibrada que lo dejó todo por su relación con Rick (James Franco)
con quien ahora tiene una guerra abierta por la custodia de su hijo en común
con la ayuda de su abogada Theresa (María Bello) en la ciudad de Nueva York.
Scott (Adrien Brody) es un ladrón de diseños de moda que en una estancia de “trabajo”
en Roma conoce a Monika (Moran Atias), una gitana que lo conducirá al peligroso
mundo de la mafia rusa en un intento desesperado por recuperar a su hija, introducida
ilegalmente en el país.
Tres
historias aparentemente diferentes entre sí que terminarán confluyendo de una
forma, en ocasiones, demasiado artificial y cuyo atractivo radica más en su
visión como una extraña mezcolanza de situaciones muy bien entrelazadas por el
montaje y la música que por su análisis individual, y cuya suma final termina
resultando demasiado floja, haciendo que nos preguntemos qué es exactamente lo
que el señor Haggis nos pretendía contar.
Entretenida
y disfrutable durante su visionado, su tramposo desenlace facilitará que
decaiga en reflexiones posteriores, invitando a que, tal y como le ha pasado a
la propia distribuidora, la olvidemos en el acto. Y es que, si no fuese por el
atractivo de su reparto (y eso que hoy en día resulta hasta extraño ver a
Neeson sin repartir estopa), estaría condenada por oscilar demasiado entre la
pretenciosidad moral y el vacío más absoluto.
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