sábado, 2 de marzo de 2019

DESTROYER. UNA MUJER HERIDA

Algo curioso sucede con Nicole Kidman, una de las actrices más olvidadas y minusvaloradas de la actualidad. Cada vez que aparece en una película se escucha o lee algún comentario del tipo: “la recuperación de Nikole Kidman”, como si la actriz hubiese estado desaparecida del panorama cinematográfico y el mundo se hubiese olvidado de ella. O hay algún chiste acerca del abuso del Botox que le redujo su expresividad facial (reconocido por ella misma) y siguiese arrastrando esa cruz de por vida. Por eso, su aparición en Aquaman fue una sorpresa para muchos (en un papel pequeño pero que le permite actuar de verdad, no como el esperpento de personaje que le tocó a Michelle Williams en Venom). Así que nadie ha debido ver sus grandes trabajos en PaddingtonEl sacrificio de un ciervo sagrado o la maravillosa Little big lies (aparte de aparecer en otros títulos recientes tan destacables como El editor de librosLion La seducción).
Ahora, con Destroyer: Una mujer herida, por la que ha sido nominada al Globo de Oro, aunque sin llegar a entrar en la pugna final por los Oscar, Kidman vuelve a estar en boca de todos, aunque sin duda este trabajo ya habrá sido obviado cuando llegue su próximo estreno. ¡Qué fácil es olvidar…!
Y hago esta especie de ensayo tan alargado sobre la Kidman porque, pese al buen trabajo de Karyn Kusama (una de esas directoras esporádicas en cuyo haber apenas tiene la olvidable Æon Flux, la reivindicable Jennifer’s body y la estimable La invitación) y la inteligencia del guion, amén de unos buenos actores secundarios, Nicole Kidman en el cuerpo y alma de la película y todo gira en torno a ella. Y por eso, el que esta sea una gran película es debido, básicamente, a que ella la hace grande.
Y no solo por el tópico de “actriz guapa haciendo de fea”, que de eso hay un rato, sino porque su presencia llena la pantalla hasta límites imposibles y es inútil pensar en Destroyer y no pensar en ella, con ese primer plano de su rostro destrozado y su mirada perdida con que se inicia la película y que te persigue hasta el final de todo.
Una inteligente jugada del film es saber combinar con acierto dos esquemas básicos en su argumento. Por un lado, nos encontramos ante el típico drama de una mujer que, debido a sus errores del pasado, ha tirado por la borda su vida y ahora ve como su relación con su hija (quizá de lo poco bueno que haya en ella) está irremediablemente perdida. Vamos, lo que podría ser el drama social típico de los Oscar que podría recordarnos a productos del tipo The Florida Project, por ejemplo. Por el otro, tenemos un thriller policiaco que arranca con el descubrimiento de un cadáver, contado en dos tiempos sobre una pareja de policías infiltrada en una banda de atracadores y las consecuencias de ello en el futuro.
Así, se puede sufrir con el drama de una mujer maltratada por el alcohol y los fantasmas que la atormentan mientras que nos devanamos los sesos tratando de unir las piezas del puzle y disfrutando de los giros de un guion que nos conduce a su antojo, despistando, pero sin caer en la trampa absurda de o inverosímil.
Hay además, un buen puñado de caras conocidas en el reparto, como Toby Kebbell (quien fuera el Muerte de la malograda Cuatro Fantásticos) o Sebastian Stan (el Soldado de Invierno de Marvel), que acompañan, sin llegar nunca a su altura, a una Kidman por momentos irreconocible cuya intensidad casi podría ser aprovechada en una película de terror, ya que el sufrimiento y la desesperación que logra transmitir con su silencio y sus miradas realmente asusta y pone la carne de gallina.
Destroyer: una mujer herida tiene un ritmo algo lento que quizá pueda incomodar a algunos, pero es que, por encima de todo, es una película de personajes, y conviene conocer bien a la protagonista, que puede resultar odiosa de entrada, para terminar comprendiéndola hasta identificarse con su dolor.
Una película brillante con una interpretación definitivamente devastadora.


Valoración: Ocho sobre diez.

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