domingo, 17 de marzo de 2019

TAXI A GIBRALTAR


Decía, a colación de la película 4 latas, que en ocasiones los tráileres de películas invitan a pensar que estamos ante una producción espantosa y luego no es para tanto. En esa línea se encontraba también esta Taxi a Gibraltar, la nueva comedia al servicio de Dani Rovira (aunque esta vez algo más comedido de lo habitual, repartiendo el protagonismo con Joaquín Furriel) con la que el director (y también coguionista) Alejo Flah vuelve a ofrecernos una comedia de enredos cafre y con aroma cañí que se aprovecha de las leyendas doradas alrededor de la relación entre el gobierno franquista y una Europa embarcada en la II Guerra Mundial, tal y como hiciera ya la mediocre El oro de Moscú, hace ya más de quince años, coin la que guarda ciertas similitudes.
Ciertamente, la película no ha resultado ser el completo desastre que sus avances invitaban a pensar, pero tampoco se queda muy lejos. Tras un correcto arranque, donde las historias y motivaciones de los dos protagonistas quedan bien reflejadas, y un toque de realidad social con las referencias al conflicto entre los taxis y los VTC, la cosa va decayendo a medida que avanza la película, forzando a que todo quede en manos el cariño que se pueda tomar al trío protagonista (Ingrid García Jonsson poco puede hacer con las líneas de diálogo que le han caído en gracia). Hay cierta química entre Rovira y Furriel, cierto, pero sus confrontaciones son tan repetitivas que la gracia se pierde pronto, mientras que la aparición de algún que otro secundario (es novio del personaje de ella, por ejemplo) está realizada con torpeza, más cerca del ridículo que del humor.
Al final, la película es una tontería que, quizá en otras manos, podría haber tenido más gracia, pudiéndose apostar, por ejemplo, un poco más en la polémica con los VTC, burlándose con algo más de mala leche del tema del Brexit o complicando algo la “misión” de los protagonistas para robar unos lingotes de oro que se supone están ocultos en los túneles el peñón de Gibraltar.
No es, por lo tanto, la peor película del mundo ni hay que rasgarse las vestiduras tras su visionado, pero resulta ciertamente decepcionante, resultando demasiado absurda para poder tomársela en serio, pero falta del surrealismo necesario para ser lo alocada que debería, amén de que la simpatía con la que obligan a ver a los protagonistas avanza desde el primer momento el irremediable (y forzado) final feliz que debe tener la película.
De nuevo, una comedia ambiciosa que termina resultando una más del montón, una propuesta con la que echarse algunas risas (tampoco demasiadas) y que será olvidada con relativa facilidad.


Valoración: Cinco sobre diez.

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