Tengo
por costumbre dedicar una entrada a cada estreno que quiero comentar, pero en
enero de este año rompí la norma haciendo una sesión doble (así fue también
como las disfruté en el cine, una detrás de otra) de dos películas que tenían
mucho en común: Macbeth y La Novia.
Y
como para cerrar el círculo, voy a repetir la jugada en una de las últimas
entradas del año, ya que tanto Paterson como El editor de libros, aun siendo
completamente diferentes entre sí (no hay aquí esas similitudes artísticas de
las anteriores mencionadas) sí comparten una cosa en común, el amor por la
literatura y el reflejo de ese arte a través de su autor. Y también, como en
los films de Justin Kurzelm y Paula Ortíz, las he visto seguidas en el cine.
Paterson es la última película del peculiar Jim Jarmusch, un
autor tan indefinible como poco prolífico cuya película más reciente era esa
extraña historia de amor vampírico Sólo los amantes sobreviven. Protagonizada por Adam Driver, el Kylo Ren de El despertar de la Fuerza, cuenta la
historia de un conductor de autobuses llamado Paterson que reside,
precisamente, en el barrio de New Jersey con quien comparte nombre, y de donde
también es, entre otros, el poeta William Carlos Williams, referente principal
del protagonista. Enamorado de la hermosa Laura (Golshifteh Farahani), con
quien comparte casa junto al perro Marvin, la vida de Paterson representa una
anodina pero reconfortante rutina (desayuno-trayecto en bus-cena-paseo de
Marvin-cerveza en el bar) interrumpida tan solo por sus inspiraciones poéticas
a las que da vida en la libreta que lleva siempre consigo. Su vida, sencilla y
armónica, se contrapone con los impulsos casi irracionales de Laura que lo
mismo aspira a enriquecerse haciendo cupcakes como quiere aprender a tocar una
guitarra para ser una estrella country, todo ello mientras redecora
constantemente su casa a base de un minimalista blanco y negro. Es esa dualidad
lo que permite que la pareja funcione, sirviendo uno como contrapunto del otro
y teniendo la poesía como el fruto perfecto de su relación. Así, Paterson es una declaración de amor al
día a día, una demostración de la pureza del arte y de la simpleza de la
inspiración. Driver consigue con su temple sosegado y apacible condensar toda
su fuerza interior, toda su pasión, en esos poemas absurdamente cotidianos,
inspiradores y hermosos, que rompen con la monotonía precisamente desde la
propia rutina.
Se
podría decir que Paterson es también la antítesis del malogrado escritor Thomas
Wolfe, un artista histriónico, excéntrico y excesivo en todos los sentidos.
Wolfe, que escribía novelas de cinco mil páginas y se desgarraba por dentro
cada vez que tenía que recortar un solo párrafo para alcanzar una cantidad
mínima publicable, fue contemporáneo de Hemingway y Scott Fitzgerard, y
posiblemente habría sido mucho más grande que ellos si no fuese por su
prematura desaparición. El editor de
libros no va exactamente sobre Wolfe, sino que se centra más bien en Max
Parkins, el descubridor de esos tres genios de la literatura norteamericana,
pero es sin duda su relación con Wolfe lo que lo definió como persona y como
editor.
El
actor Michael Grandage debuta como director con una película que detalla la
historia real entre estos dos hombres, dos amigos enfrentados por sus
caracteres dispares, aprovechando para analizar, de paso, la pasión por las
letras, la fuerza arrolladora de las palabras que Wolfe exterioriza golpeando a
los que los rodean con ella sin importarle las consecuencias. Ambos, Perkins y
Wolfe, están interpretados magníficamente por Colin Firth y Jude Law, aunque es
Nicole Kidman la que sobresale por encime de todo el reparto dando vida a Aline
Bernstein, amante de Wolfe y fuente de inspiración (también andan por ahí Laura
Linney, Guy Pearce y Dominic West).
Thomas
Wolfe es un personaje real, mientras que Paterson es ficticio, pero ambos
sirven para reflejar dos formas de entender un arte, de conmover mediante sus
escritos, sirviendo de verdadera fuente de inspiración a todos aquellos que
alguna vez han soñado, aunque sea brevemente, en llegar a escribir. Jarmusch
dibuja una historia sosegada con un estilo brutalmente personal, convirtiendo
las propias imágenes en poesía; Grandage, por el contrario, retrata la pasión
desde el convencionalismo con una historia fílmicamente muy clásica. Ambos, a su
manera, reflejan lo que es el proceso de creación, y ambos, curiosamente,
utilizan una metáfora similar: Paterson se relaja contemplando una cascada en
las afueras de New Jersey mientras Wolfe describe la vida como un rio que se
aleja y acerca constantemente.
Y
en ambas películas, cada una a su manera y a su modo, se refleja el arte en
estado puro: una con poemas visuales, la otra con diálogos arrebatadores. Al
final, el arte es sentimiento. Y tanto Paterson
como El editor de libros describen a
la perfección el sentimiento de sus autores. Como dos caras de un mismo espejo.
O, quizá, dos versos de un mismo poema.
Valoración:
Ocho sobre diez (ambas)
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