Comienza
la película y vemos a unos marines portando el cuerpo ensangrentado y maltrecho
de Mark Wahlberg. Empiezan a realizarle transfusiones y operaciones y un
monitor nos deja con la duda de si sus constancias vitales se recuperan o no
cuando la cinta da un salto en el tiempo y vemos como empieza la acción un par
de días antes, pretendiéndonos dejar en ascuas sobre el estado del pobre Mark y
yo me pregunto: “Peter Berg, ¿recuerdas el nombre que le has puesto a la peli?”.
Llamándose
El único superviviente no hay spoiler
que valga. Es una película bélica y muere hasta el apuntador. Todos menos uno,
claro está. Y esa primera escena nos quita la emoción de saber quién es porque
podemos reconocer a Wahlberg, así que lo único que nos queda es saber qué ha
pasado y cómo.
Con
un planteamiento similar a Black Hawk,
derrivado (basada en hechos reales, es la historia de un grupo de soldados
que quedan abandonados en territorio hostil y deben ser rescatados), con quien
comparte incluso uno de sus actores, Eris Bana, hay quien pretende ver en este
film paralelismos también con Salvar al
soldado Ryan, ese panfleto con una media hora inicial salvajemente
apabullante y que luego se diluye sin remedio dirigida por el artista
anteriormente conocido como Rey Midas de Hollywood, pero lo cierto es que lo
único que comparte con el film de Spielberg es la creencia de que cuanto más sádica
sea la imagen más dramática resulta la historia.
Peter
Berg, un actor que acertó metiéndose a director
y que tras su debut con la gamberra y divertida Very bad thing nos ha regalado también El tesoro del Amazonas, Hancock
y Battleship entre otras, apuesta aquí
por un drama real que supongo que oculta un mensaje anti militar (o al menos
queda muy bien decirlo en los pre-estrenos) pero se revela en realidad como una
propaganda magnífica sobre lo buenos y duros que son los chicos de la armada
estadounidense (en este caso le toca brillar a los SEAL).
Si
somos capaces de ignorar todo esto y nos centramos en la acción pura y dura, El único superviviente es una película
que funciona bien gracias, sobre todo, a la dureza de sus escenas y al
magnífico sonido de la misma (somos capaces de escuchar cómo se rompe cada uno
de los huesos de los protagonistas), logrando cierta empatía con los personajes
e invitándonos a participar en el debate moral (que no voy a explicar aquí) que
desencadena el drama. Berg se encuentra cómodo en el campo de la acción (por
pastiche que fuera su Battleship
pienso que le da cien patadas a los Transformers
de Michael Bay al que parece imitar), mientras que los protagonistas tienen el
suficiente carisma para que simpaticemos inicialmente con ellos y nos apenen
sus respectivas muertes. Junto a Wahlberg y el ya mencionado Bana están Taylor
Kitsch (ese guaperas que iba a ser el chico de moda en Hollywood gracias a John Carter y estuvo a punto de hundir a
la Disney con esa peli –que pese a todo a mí me gustó-), Ben Foster y Emile
Hirsch, que entre todos llevan a buen puerto una película con trazas de western
(cambiando a los indios por talibanes) y cuyo trasfondo real permite incluso ofrecer
un mensaje para explicar la diferencia entre ser afgano y ser talibán y que el
tomar las decisiones correctas puede llegar a recompensarte.
Junto
a esto un buen puñado de tópicos y una violencia rayando lo gore que en
ocasiones puede resultar exagerada, llegando a invitar a pensar que el director
no confía demasiado en sus propias artes para plasmar drama sin tener que
recurrir a la sangre.
En
definitiva, entretenida y emocionante. Y si a alguien le ayuda a reflexionar
algo, pues mejor que mejor. Eso sí, de ahí a la obra maestra que algunos quieren
ver…
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