Siguiendo
la estela de títulos como El exótico hotel
Marigold o Tipos duros, La gran revancha trata sobre el ocaso de
sus dos protagonistas y, por extensión, trata también del ocaso de sus dos
protagonistas, Sylvester Stallone y Robert de Niro, grandes nombres de
Hollywood (cada uno en su estilo) años atrás y que ahora deben lidiar lo
indecible para conseguir los guiones correctos que les brinden el calor de
crítica y público. Por eso, lo mejor de este film de Peter Segal es la
capacidad de sus dos intérpretes principales de reírse de sí mismos, sin
importarles caer en la parodia de los personajes que los elevaron a los altares
de la fama: Rocky Balboa de Rocky y
sus secuelas y el Jake La Motta de Toro
Salvaje. Tampoco es que la cosa sea nueva para ellos. Llevan ya unos años
viviendo de la auto parodia, y como ejemplos más claro tenemos Los Mercenarios y Mala Vita.
Cargada
de guiños al pasado, el arranque de la película es prometedor, con escenas muy
divertidas entre estas dos viejas glorias del boxeo deciden aceptar la
propuesta de un joven pero ambicioso promotor (Kevin Hart es de lejos lo peor
de la película, cayendo en todos los tópicos posibles de negros bocazas y
graciosillos que han machacado en cine desde los buenos años de Eddie Murphy)
para enfrentarse de nuevo en el ring, ya que sus dos anteriores combates
terminaron con una victoria para cada uno (en realidad la película debería
llamarse mejor El gran desempate).
Henry
“Razor” Sharp (Stallone) y Billy “The Kid” McDonnen (de Niro) han vivido su
retiro de formas totalmente diferentes. Mientras uno lidia con sus deudas trabajando
en una fundición el otro revive sus días de fama en su restaurante donde
cargado de excesos (tanto de mujeres como de alcohol, aunque de forma muy
inocente, nada que ver con los verdaderos excesos que se pueden ver en El lobo de Wall Street) ejerce de
monologuista con chistes autobiográficos. No están para nada en la mejor edad
para volver al cuadrilátero, y de ahí el jugo que el guion puede sacar a estos
dos perdedores de la vida, uno por rendirse antes de tiempo y el otro por estar
demasiado pagado de sí mismo.
El
problema radica en que en un momento determinado la película comienza a tomarse
demasiado en serio a sí misma. El humor inicial comienza a dejar paso a una
sensiblería bastante tontorrona y la historia personal entre ellos dos se
vuelve más importante que sus payasadas para volver a revivir sus viejos éxitos
y conseguir llenar el aforo donde se celebrará el esperado combate. Así, la aparición
de un viejo amor perdido y la incursión de un hijo (con nieto incluido) en la
historia como excusa para acentuar el odio mutuo que ambos púgiles se tienen
desde hace años hace el interés del film baje en picado, mientras que el
combate final, definitivamente sin ningún toque del humor que hacía de esta una
película interesante, estropee el resultado final, ya que tampoco se logra (no
creo ni tan siquiera que Segal aspirase a ello en ningún momento) alcanzar la
grandeza de una emotiva historia crepuscular al estilo de Sin Perdón (o Cowboys del
espacio, o Gran Torino, o
cualquiera de las historias crepusculares –que pesado que es con este tema el
tío- de Clint Eastwood).
Afortunadamente,
cualquier película que se precie debe tener un as oculto en la manga, y el de La gran Revancha se llama Alan Arkin.
Viejo amigo e improvisado entrenador de Henry, Arkin está sencillamente genial,
robando a sus colegas todas las escenas en las que aparece y manteniendo el
punto de humor necesario a lo largo de todo el film, por más que la historia en
momentos vaya por otros derroteros. Sólo por él ya vale la pena entrar a ver el
film.
En
constante cuesta abajo, el error de la película es creer que el resultado del
combate es más interesante que los preparativos del mismo, por lo que el clímax
final es largo, aburrido y predecible (y nuevamente demasiado sensiblero).
Eso
sí, cuando vean la película no tengan prisa por irse. El gag que se entremezcla
con los títulos de crédito finales a modo de epílogo les devolverá la sonrisa.
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