De
vez en cuando aparecen películas que, independientemente de su calidad, suponen
un antes y un después en la forma de concebir el cine, tanto para bien como
para mal.
Sucedió,
por ejemplo, con Star Wars en 1977, Matrix cambió la forma de entender el
cine de acción en 1999, James Cameron revolucionó los efectos especiales en
1991 con Terminator 2 y reinventó el
3D en el 2009 con Avatar, pero quien
más daño puede haber hecho al mundo del cine, muy a su pesar, fue Zack Snyder,
en el año 2006, con su revolución visual y digital en 300, donde con un uso abusivo del croma y una utilización magistral
de la cámara lenta (llegando incluso a usar imágenes estáticas) conseguía dar
un aspecto muy irreal, más cercano al comic de Frank Miller en que se basaba
que a los clásicos péplum del viejo Hollywood. La jugada, por cierto, le salió
francamente bien, pero sentó un precedente cuyas últimas consecuencias se
aprecian en la última película de Renny Harlin, un director que parecía que iba
a algún lugar cuando realizó películas interesantes como Máximo Riesgo y La Jungla 2,
se equivocó cuando orientó su carrera a mayor gloria de su efímero matrimonio
con Geena Davis y no ha levantado cabeza desde la ya lejana Deep blue sea y que con esta fotocopia
visual de 300 demuestra que no tiene
ni personalidad propia ni el talento de Snyder, por más que también es cierto
que ninguno de los payasos que pululan por la pantalla tampoco tienen nada que
ver con Gerard Butler o Lena Headey.
Pero
vayamos por parte. La película empieza con una panorámica bochornosa
espantosamente mala que recuerda a un videojuego de la Play One de bajo
presupuesto. Y a partir de ahí todo va para abajo.
Sustituyendo
todo posible duelo interpretativo por una comparativa para ver quien tiene los
pectorales más desarrollados (lo que se habrá reído Kirk Douglas si ha tenido
la desgracia de ver esto), la historia, sin pies ni cabeza, plagia sin
vergüenza escenas de Gladiator, incluye
discursos alentadores muy por debajo del de Breveheart,
deja a las mediocres Furia de Titanes /
Ira de Titanes a la altura de clásicos y adorna el despropósito con una
historia de amor descafeinada y nada apasionada.
Ridícula,
con diálogos espantosos, dirección penosa, efectos digitales patéticos (ese
león, ¡Dios mío!), situaciones absurdas y, encima, muy aburrida. De principio a
fin. Y para colmo, pretende ser muy violenta (con esas peleas cuya cámara lenta
es muy útil para ocultar las mediocres coreografías) pero no hay rastro de
sangre alguna, como si de un mal producto Disney se tratara.
Y
para colmo, está protagonizada por uno de los peores actores que recuerdo, un
tal Kellan Lutz salido de la gloriosa serie de Crepúsculo y cuya carrera debería haber muerto junto a esa saga,
acompañado por un puñado de tipejos que tampoco ayudan a mejorar mucho el tema.
Cada
año nos toca vivir un duelo entre dos películas de temáticas parejas y este año
el hijo de Zeus era el denominador común. Es triste como me puedo arriesgar a
asegurar que el Hércules que dirige
Brett Ratner, con la musculatura de Dwayne Johnson de percha, ha ganado la
batalla sin siquiera haberse estrenado.
En
una palabra: espantosa.
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