No
vamos a descubrir a estas alturas que los hermanos Ethan y Joel Coen son unos
genios. Con un toque especial tanto para las comedias más absurdas como para
los dramas intimistas (pasando por sus historias descarnadas de violencia nunca
gratuita) todo lo que hacen tienen una magnificencia que obliga a críticos y
público a aplaudirlos al unísono (a mí, personalmente, la única película de
ellos con la que no conecté fue Un hombre
serio, quizá por estar demasiado enfocada hacia una comunidad judía cuyas
costumbres no conozco en profundidad).

No
puedo imaginar esta película en manos de otros directores sin que caiga en la sensiblería barata o la
mojigatería, recreándose en el sufrimiento del protagonista y camuflando sus
malas decisiones de injusticia para que podamos compadecernos de él, pero –al igual
que hiciera Woody Allen con la Blue Jasmine
que tan brillantemente interpretó Cate Blanchet- Ethan y Joel no muestran ninguna compasión
por su protagonista, permitiéndole conmovernos únicamente a través de su
música, un buen surtido de canciones folk
con las que Lewis tiene el contradictorio sentimiento de quererlas usar
para vivir sin, por otro lado, sentir que se está vendiendo por dinero.
Oscar
Isaac, secundario en Drive, Robin Hood o El legado de Bourne, cumple con buena nota en su primer desafío compro
protagonista, llevando él y su voz prácticamente todo el peso de la historia,
aunque siempre es de agradecer el buen plantel de secundarios que los Coen
logran invocar en sus proyectos, destacando la pareja formada por Carey
Mulligan y Justin Timberlake y sin olvidad la presencia siempre impresionante
de John Goodman, casi un habitual de los Coen.
Tristeza,
dirección firme y mucha, mucha música folk.
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