Frank
Devin es un popular regatista y actual campeón de la Vendée Globe, una de las más
duras competiciones de vela que consiste en hacer un recorrido por todo el
mundo sin ninguna ayuda. Cuando pocos días antes del comienzo de la misma tiene
un accidente de moto su amigo y segundo de a bordo Yann Kermadec, debe ocupar su lugar.
Este
es el arranque de En solitario, una película cuya práctica totalidad transcurre
en alta mar, ofreciendo hermosos paisajes y espectaculares puestas de sol
mientras vemos como el personaje interpretado por François Cluzet lucha contra
las inclemencias del tiempo y la dureza de la soledad de su navío con la
esperanza de acabar la carrera lo mejor posible. O así debería ser, pues tras
un pequeño percance con el timón que le obliga a detenerse en las Canarias para
una reparación de emergencia, un polizón se cuela a bordo sin que lo descubra
hasta que ya es tarde para librarse de él.
A
partir de aquí, en solitario –que a priori parecía una película deportiva y de
superación personal- se transforma en un culto a la amistad, en un estudio
sobre dos personas aisladas del mundo que pese a sus objetivos diferentes están
condenados a entenderse, respetarse e incluso comprenderse. Un argumento que –en
un ambiente completamente diferente- ya se abordara en la película francesa
intocable, y es que nor casualidad ambas películas comparten productores y
protagonistas.
François
Cluzet parece sentirse cómodo en este tipo de historias en las que encarna a
personajes de carácter duro pero cuyo corazón es fácil ablandar. Por eso, en lo
que mejor funciona la película –aparte de en su bonita fotografía- es en el
tratamiento de la relación entre este navegante y su joven polizón, un
inmigrante africano que desea llegar a Francia sin saber que la embarcación en
la que se ha colado se dirige, precisamente, a la otra punta del mundo.
En
solitario (engañoso título) podría ser una película redonda si no fuera porque
fracasa en su (teóricamente) base argumental principal. Y es que los momentos
referentes a la regata son algo flojos, falta un poco de fuerza que transmita
al espectador la dureza y el peligro de la prueba y que imponga un ritmo algo
más frenético, ya que es la vida del protagonista la que está en juego,
mientras que por otro lado, el dilema moral de Yann sobre si lanzar por la
borda al pasajero no deseado cerca de cualquier costa para evitar ser
descalificado o arriesgarse a cargar con él hasta regresar a Francia está
demasiado mitigado, como pillado muy por los pelos. Todo lo que sucede en el
barco parece demasiado fácil y cómodo, y eso resta un punto de dramatismo que,
a la postre, termina por lastrar la historia humana que es de lo que, a fin de
cuentas, trata la historia.
Con
todo, En solitario es una bonita reflexión, una película propicia para las
fiestas navideñas y que ayuda a mantener una sonrisa en el rostro y una idea de
optimismo en la frente. Y eso siempre es de agradecer.
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