sábado, 18 de enero de 2014

LA LADRONA DE LIBROS (6d10)

Como en el caso de El niño con el pijama de rallas, de Mark Herman, nos encontramos ante la adaptación de una novela juvenil que tiene el buen propósito de retratar los horrores del nacismo durante la Segunda Guerra Mundial pero desde un punto de vista al que pueda acceder un niño. Y como en el caso de El niño con el pijama de rallas, La ladrona de libros fracasa en su intento de plasmar las páginas de la novela a la gran pantalla.
Ambas películas comparten el mismo error de base: no definir claramente a quién está orientada la historia. En una novela es importante conseguir jugar con la imaginación del lector, por lo que se puede tratar de un tema tan escabroso como las cámaras de gas y las persecuciones a los judíos sin provocar pesadillas atroces en un niño.  Pero eso no sucede cuando deber presentar la historia en imágenes, por lo que se debe decidir si se apuesta por la dureza de retratar los hechos tal y como sucedieron o se plantea un cuento de hadas donde el terror se encuentra oculto entre líneas. Dicho de otra manera, entre hacer una película de Spielberg o de Chris Columbus. El director Brian Percival no es ninguno de ellos, ni tampoco puede compararse a Roberto Benigni, que consiguió con La vida es bella encontrar un inestable equilibrio entre el terror hitleriano y el humor tierno.
Así, La ladrona de libros se encuentra en una especie de limbo desde su primera secuencia, en la que la propia Muerte hace de narradora en off de la película mientras contemplamos un paisaje celestial que nos pretende transportar hasta el Que bello es vivir de Frank Capra consiguiendo desconcertar y sacar al espectador de la historia en un tiempo record. Esa voz en off se me antoja cansina y casi ridícula, estropeando lo poco bueno que pueda haber en la película y demostrando que el cine y la literatura son artes completamente diferentes y lo que vale para uno no tiene porqué valer para otro. La utilidad de esa curiosa narradora en la novela, además de servir como hilo narrativo, ayuda a que admiremos más aun a la protagonista, ya que su historia debe ser grandiosa si hasta la misma Muerte se toma su tiempo en observarla. Esa sensación, sin embargo, no está presente en ningún momento de la película.
La ladrona de libros cuenta la historia de Liesel, una niña entregada en acogida por ser hija de una comunista al matrimonio formado por Hans y Rosa, una humilde pareja alemana cuya ideología al inicio del film es ligeramente ambigua con respecto a la política de Hitler aunque deberán por terminar por tomar partido cuando, para pagar una antigua deuda de honor, deban acoger en su casa a Max, un fugitivo judío.
Es mediante su relación con Max y, sobretodo, impulsada por su amor hacia la literatura (pasión que en el relato de la película no está convenientemente desarrollada), que la joven Liesel descubrirá de que va todo esto del nacismo y porqué las victorias de Hitler (de su Alemania) no son todo lo admirables que deberían ser.
Percival alterna entonces escenas simplonas como la llegada de ella a la escuela (con una narración tontorrona que recuerdan al primer Harry Potter, precisamente el de Columbus) que provocan bostezos entre los más mayores, con otras más “serias” pero para nada explicadas (el asalto nazi durante Las noche de los cristales rotos, por ejemplo), que seguro que desconciertan a los niños de hoy en día que nada saben de determinados sucesos históricos.
Así, la evolución de Liesel ante la espantosa época que le ha tocado vivir solo se dibuja correctamente en alguna buena escena suelta, como la de la hoguera en la que los alemanes queman una pira de libros que el régimen considera inapropiados, quizá el momento clave del film, donde sin necesidad de pronunciar palabra la actriz Sophie Nélisse consigue convencernos de como descubre y se horroriza por la realidad que la rodea.
Posiblemente el problema real radique en menospreciar a los niños, creyendo necesario endulzar en exceso la historia olvidándose de que estamos ante una generación que admira a Tarantino y pasa la mayor parte de su tiempo jugando a Call of Duty. Si se hubiese arriesgado un poco más y se hubiese apostado por la crudeza que en ocasiones necesita la historia todos habríamos sufrido más con el inevitable desenlace del film, que se supone aspira a provocar las lágrimas del personal pero que no consigue ni tan solo emocionar mínimamente, por más que los estupendos Geoffrey Rush y Emily Watson hagan lo imposible para ganarse nuestros corazones.
No es una mala película, pero con una buena (aunque algo austera) ambientación y muy buenas interpretaciones merecería aspirar a más. Habría bastado, quizá, con elegir a un director más competente.

Y a eliminar a la odiosa voz de la Muerte, desde luego.







No hay comentarios:

Publicar un comentario