En
un momento inmejorable para la comedia española, Ahora o nunca parece querer aprovecharse
de la suma entre la moda de las películas de bodas (ahí están los éxitos de Tres bodas de más o La gran familia española) y el triunfo en taquilla de Ocho apellidos vascos, con la que
comparte protagonista masculino y (no por casualidad) presencia femenina,
aunque Clara lago en este caso sea muy secundaria.
Aunque
sea injusto entrar en comparaciones con la obra de Martínez Lázaro, parece que
son los propios artífices de Ahora o nunca, la directora Maria Ripoll y los guionista
Jorge Lara y Francisco Roncal, quienes buscan el recuerdo de la anterior
comedia de Dani Rovira, que resultaba algo más fresca en su concepción y diálogos
que esta quizá en parte porque Rovira todavía no se creía actor y se limitaba a
ser él mismo. Más alejado del genial monologista, Rovira encabeza un reparto interesante
para una comedia romántica de libro. Casi se podía decir que sigue los esquemas
establecidos paso por paso, y aunque los diversos episodios del camino puedan
sorprender el final del trayecto podría ser anunciado desde el mismo momento en
que se apagan las luces del cine.
Eva
y Álex están enamorados y se quieren casar en el mismo lugar de la campiña
inglesa donde se conocieron. Allí se dirige la emocionada novia y una parte de
la familia para ir preparándolo todo mientras el resto debe esperar la entrega
del vestido de novia. Pero una huelga de controladores aéreos parece destinada
a boicotear la ceremonia.
Comedia
blanca, facilona, algo televisiva y muy tópica, con los mejores gags
maltratados por su tráiler, parece lastrada por un ritmo irregular que no
termina de conseguir que arranque nunca, un defecto que en parte mostraba ya
Ripoll en su anterior película, Rastres
de Sàndal.
Dicho
así, se podría pensar que se trata de una mala película. Y quizá lo sea. Mala
como es mala cualquier comedia de Julia Roberts o Sandra Bullock. Tonta,
embaucadora y superficial. Demasiado anclada en sus arquetipos. Demasiado
dispuesta a dar lo poco que el público pueda esperar de ella.
Posiblemente,
lo que estábamos esperando.
Así
que sí, quizá sea una película mala, simple y previsible, pero los arranques de
Rovira, la mala leche de Jordi Sánchez, el encanto de María Valverde, la
presencia de Yolanda Ramos, el pastelosa complicidad del trío de amigas de la
novia, la frescura de Melody… Todo ello, visto en su conjunto, consigue
arrancar más de una carcajada al respetable que, cegados por las luces de neón
que anuncian como definitivo algo tan etéreo como el amor, terminamos
dejándonos seducir por una película que quizá no llegue a ser nunca como Ocho apellidos vascos pero por lo menos
le da mil patadas a ese horror que fue Cómo sobrevivir a una despedida, con la
que incluso parece compartir una subtrama, afortunadamente mucho mejor
resuelta.
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