domingo, 21 de junio de 2015

AHORA O NUNCA (6d10)

En un momento inmejorable para la comedia española, Ahora o nunca parece querer aprovecharse de la suma entre la moda de las películas de bodas (ahí están los éxitos de Tres bodas de más o La gran familia española) y el triunfo en taquilla de Ocho apellidos vascos, con la que comparte protagonista masculino y (no por casualidad) presencia femenina, aunque Clara lago en este caso sea muy secundaria.
Aunque sea injusto entrar en comparaciones con la obra de Martínez Lázaro, parece que son los propios artífices de Ahora o nunca, la directora Maria Ripoll y los guionista Jorge Lara y Francisco Roncal, quienes buscan el recuerdo de la anterior comedia de Dani Rovira, que resultaba algo más fresca en su concepción y diálogos que esta quizá en parte porque Rovira todavía no se creía actor y se limitaba a ser él mismo. Más alejado del genial monologista, Rovira encabeza un reparto interesante para una comedia romántica de libro. Casi se podía decir que sigue los esquemas establecidos paso por paso, y aunque los diversos episodios del camino puedan sorprender el final del trayecto podría ser anunciado desde el mismo momento en que se apagan las luces del cine.
Eva y Álex están enamorados y se quieren casar en el mismo lugar de la campiña inglesa donde se conocieron. Allí se dirige la emocionada novia y una parte de la familia para ir preparándolo todo mientras el resto debe esperar la entrega del vestido de novia. Pero una huelga de controladores aéreos parece destinada a boicotear la ceremonia.
Comedia blanca, facilona, algo televisiva y muy tópica, con los mejores gags maltratados por su tráiler, parece lastrada por un ritmo irregular que no termina de conseguir que arranque nunca, un defecto que en parte mostraba ya Ripoll en su anterior película, Rastres de Sàndal.
Dicho así, se podría pensar que se trata de una mala película. Y quizá lo sea. Mala como es mala cualquier comedia de Julia Roberts o Sandra Bullock. Tonta, embaucadora y superficial. Demasiado anclada en sus arquetipos. Demasiado dispuesta a dar lo poco que el público pueda esperar de ella.
Posiblemente, lo que estábamos esperando.
Así que sí, quizá sea una película mala, simple y previsible, pero los arranques de Rovira, la mala leche de Jordi Sánchez, el encanto de María Valverde, la presencia de Yolanda Ramos, el pastelosa complicidad del trío de amigas de la novia, la frescura de Melody… Todo ello, visto en su conjunto, consigue arrancar más de una carcajada al respetable que, cegados por las luces de neón que anuncian como definitivo algo tan etéreo como el amor, terminamos dejándonos seducir por una película que quizá no llegue a ser nunca como Ocho apellidos vascos pero por lo menos le da mil patadas a ese horror que fue Cómo sobrevivir a una despedida, con la que incluso parece compartir una subtrama, afortunadamente mucho mejor resuelta.

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