Simpática
película ligeramente pretenciosa a la que le cuesta algo arrancar pero que,
como si de una serie se tratase (y ahí está el televisivo David Tennant para
dar fe de ello) precisa de un cierto espacio de tiempo para llegar a hacerse uno
con los personajes y conseguir un punto de complicidad con los mismos.
Con
un aroma algo pedante a cine indie al estilo Pequeña miss Sunshine y compañía, la película es una tragicomedia
que arranca mostrándonos la descomposición de un matrimonio y las consecuencias
que ello tiene para los niños pero que enseguida, con la excusa de una gran
fiesta familiar de aniversario, se traslada de Glasgow a las Tierras Altas escocesas
para dejar el protagonismo en manos de los protagonistas más pequeños (los niños tenían cinco, seis y once años respectivamente
cuando se rodó la película) que son los verdaderos descubrimientos del film y
de cuya conexión con ellos dependerá que la película guste o no.
Nacida
a la sombra de una popular serie británica en la que unos niños sin guion se
enfrentaban a situaciones diversas de la vida, sus creadores concibieron esta
aventura familiar como una prolongación de la misma, que en su arranque puede
resultar algo pesada por la sensación de sabiduría suprema que muestra el
patriarca familiar (el abuelo interpretado por Billy Connolly es a mi entender
de lo peor del film) pero que no tarda en reconducirse.
Por
supuesto, aquí sí que hay un guion, lo que implica que nada de lo que hacen o
dicen los niños es creíble desde un punto coherente, pero la ternura y
positivismo de la narración invitan a que hagamos un acto de fe y nos dejemos
arrastrar por la filosofía de vida de estos niños y su forma (mucho más coherente,
por otra parte, que la de los adultos, pues se dejan llevar sólo por los
sentimientos, dejando de lado los prejuicios) de entender la vida y la muerte.
Porque
sí, esta es otra de esas películas en la que los niños actúan como adultos
mientras que los adultos se comportan de manera estúpidamente infantil, muy al
estilo también del cine de Wes Anderson, aprovechando de refilón para hacer
algo de crítica social contra los medios de comunicación (algo a lo que empieza
a habituarse en sus papeles Rosamund Pike, la cual, en un papel en las
antípodas de Perdida, vuelve a ser lo
mejor de la función), la obsesión por el dinero (y el distanciamiento familiar
que ello provoca) y la incomunicación entre seres queridos.
Mucho
mensaje, como veis, que puede llegar a abrumar si uno pretende ver algo más que
una simple comedia ligera, una contraposición entre la vida rural y la gran
ciudad (para ello ayuda, y mucho, los preciosos paisajes escoceses) y un
intento totalmente ingenuo y fantasioso, pero delicioso al fin, de meterse en
la mente de un niño. Si conseguimos centrarnos solo en ello, evadiéndonos de
los intentos de sus guionistas y
directores, Andy Hamilton y Guy Jenkin, de insuflarnos con su filosofía existencial,
la película nos resultará gratamente disfrutable, tierna y divertida en algunos
momentos, conmovedora y amarga en otros.
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